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Carlos Caso-Rosendi

Su Santidad Benedicto XVI llega a los Estados Unidos. Dimos la bienvenida a este querido pontífice que es una fuente de luz en esta sorda guerra en la que estamos envueltos contra las fuerzas de la cultura de la muerte. Si tuviera que recibir al Papa en la escalerilla del avión, creo que le diría algo parecido a lo que las amas de casa dicen cuando reciben una visita inesperada: «Perdóname, la casa es un desastre…» Y por eso quiero pedir al Santo Padre que nos bendiga, que bendiga las fuentes profundas de nuestro ser, el manantial de nuestra integridad para que ya no cometamos más errores, para que volvamos a la magna tarea que los fundadores de este país se impusieron más de dos siglos atrás. Desde esa lejana fundación, las cosas han cambiado bastante. Para dar un ejemplo citaré a George Washington, ese gigante moral que Dios nos dió como padre de la patria. Con el calmo coraje que lo caracterizaba firmó durante su presidencia un decreto clave para el futuro de la nación cuando prohibió -contra la opinión popular- la celebración del Guy Folkes Day, una celebración anticatólica en la que se quemaba al Papa de Roma en efigie y que tenía sus raíces en la Inglaterra de la primera era isabelina.

El modelo moral de George Washington está muy lejos de lo que ciertos políticos americanos practican hoy día en la ciudad que lleva su nombre. Es bien conocida la compulsiva y constante consulta de las encuestas para saber qué cosas interesan hoy al populacho, cuyos oídos hay que regalar para obtener votos a cualquier costo. En contraste con los políticos de hoy, Washington firmó ese decreto porque era justo y necesario, porque era lo que moralmente correspondía hacer aunque entonces el «voto católico» fuera inexistente y los católicos fueran una minoría marginada. Aquí hay algo que Washington dijo en su discurso inaugural. En esta cita se ven claramente las raíces cristianas que guiaron sus actos:

Mantengo esta perspectiva con toda satisfacción que nace del ferviente amor que me inspira mi país; puesto que no hay verdad más sólidamente establecida que aquella que existe en la economía y el curso de la naturaleza, una unión indisoluble entre la virtud y la felicidad, entre el deber y la ventaja, entre máximas verdaderas con una política honesta y magnánima y las firmes recompensas de la prosperidad y el bienestar público. No podemos persuadirnos que las sonrisas serenas del cielo estarán sobre una nación que desdeñe las reglas eternas del orden y la justicia, que el cielo mismo ha ordenado. La conservación del fuego sagrado de la libertad y el destino del modelo republicano de gobierno—considerado tan profundamente y quizá ahora finalmente establecido—es el experimento que ha sido confiado en las manos del pueblo estadounidense.

Los católicos y protestantes norteamericanos tenemos en nuestras manos hoy la responsabilidad de mantener vivos estos felices conceptos ante el ataque frontal de la cultura de la muerte. La casa católica americana que recibe al Papa hoy, es una casa donde el desorden aún abunda. Le pido perdón al Papa por nuestros hermanos perdidos al impulso de una progresía destructiva, por los inventos litúrgicos, por las homilías facilistas y sin valor, por las diócesis abandonadas, por esas partes de la viña que hemos dado al enemigo por desidia o ignorancia, por nuestras comunidades indiferentes donde el amor no brilla.

Pero no todo es malo. Como compensación le muestro al Papa las joyas de la casa: la oleada de conversiones y de católicos «enfriados» que están volviendo a casa y el fuerte movimiento pro-vida cuyo ejemplo está impulsando a muchos protestantes a considerar el catolicismo como su propia opción religiosa. Le muestro la presencia católica en los medios de comunicación y ese milagro llamado EWTN, la Red de la Palabra Eterna. Le muestro los soldaditos de Guadalupe, nuestros mexicanos-americanos dobladas las espaldas sobre los surcos de miles de granjas y en las líneas de producción de miles de fábricas, aprendiendo para sí mismos y para sus descendientes las lecciones de esta frágil e imperfecta democracia, semilla humilde de la gran iglesia por venir. Le recuerdo a los obispos valientes que no se han callado ante la intimidación de la progresía petulante. Con orgullo apunto a los seminarios y a las diócesis más ortodoxas del país en Denver, en Lincoln, en San Antonio y Phoenix, allí donde la nueva primavera de la Iglesia en América está formando santos hombres maravillosos que serán la gloria de nuestras parroquias en unos pocos años.

Su Santidad, la casa es un desastre, pero estamos empezando a limpiarla y si usted nos bendice, seguramente seremos capaces de hacer un buen trabajo. Te pedimos de rodillas las bendiciones del cielo: Benedictus, benedicat USA.

Democracia y Principios Morales

Una larga semana de lluvia precedió al aterrizaje del Papa en la base Andrews de la Fuerza Aérea en Maryland. Sin embargo, a su arribo, el cielo nos sonrió con uno de esos días de primavera que quedan en la memoria. La humedad, la temperatura, la brisa; todo estaba perfecto. Las lluvias de abril han hecho florecer los jardines y el verde lujuriante que siempre luce esta parte del país parecía aún más intenso. Grupos de niños coreaban al pontífice en varios idiomas y le cantaban el tradicional «Cumpleaños Feliz» en alemán y hasta en latín. No creo que haya habido otro papa en la historia a quien una ciudad entera le deseara un feliz cumpleaños tan sinceramente.

Otros medios citarán sus sabios discursos y sus respuestas, las anécdotas y otras cosas que pasan en visitas como éstas. Me gustaría extraer algunos conceptos del centro de los discursos papales en la Casa Blanca y en la cripta de la Basílica de la Inmaculada Concepción.

Si algo necesitan los líderes políticos americanos es orientación en lo que a principios morales concierne. Digo esto no porque sean ellos abiertamente inmorales sino porque el protestantismo del establishment (mayormente el Espiscopalismo y el Presbiterianismo) ya ha cedido casi completamente a la ola de secularización moral que afecta al mundo. Así como están las cosas—ya muchos amigos protestantes me lo han dicho en confianza—la Iglesia Católica va en camino de ser el único referente moral cristiano en los Estados Unidos. El fraccionamiento le impide al resto del protestantismo el tener una sola voz y aunque se trate de personas decentísimas con sólidos principios cristianos, para ellos el consenso se expresa mejor mediante el voto político. Queda la Iglesia Católica para expresar en forma completa la visión cristiana de los problemas sociales desde el plano religioso. Algo tan simple como una carta pastoral requeriría años de cabildeos en el ambiente protestante, como todos sabemos.

Benedicto XVI resumió lo que ha venido repitiendo desde aquella conversación que tuvo con Jürgen Habermas cuando aún era el Cardenal Ratzinger; no hay tal cosa como una sociedad totalmente secular pues los principios necesarios para operar en una sociedad civilizada son esencialmente cristianos en su origen. El secularismo no puede separar estos principios de su fuente generadora sin caer en la imposición de las leyes por la fuerza; imposición que quita legitimidad a la democracia desde la raíz.

Benedicto XVI dijo: «la democracia sólo puede prosperar cuando los dirigentes políticos, y aquellos a quienes ellos representan, son guiados por la verdad y aplican la sabiduría—que nace de firmes principios morales—a las decisiones que conciernen la vida y el futuro de la Nación.» Una frase que armoniza perfectamente con la idea que George Washington tenía sobre cómo gobernar.

Religión y Libertad

Benedicto XVI está perfectamente consciente e informado de la vida religiosa en los Estados Unidos y no solamente de la vida católica. Esto me demuestra una vez más que el Vicario de Cristo no es simplemente un dirigente «de los suyos» y que su corazón siente también las viscisitudes de los hermanos separados. Con mucho tino llamó la atención a la lucha contra el aborto, algo que en las últimas décadas ha unido a católicos, protestantes y judíos ortodoxos, forzándolos de alguna manera a tener una visión conjunta de su acción pro-vida para lograr la erradicación de esta catástrofe nacional que ya lleva más de cincuenta millones de víctimas.

Nos dijo que «la defensa de la libertad requiere el valor de comprometerse en la vida civil, llevando las propias creencias religiosas y los valores más profundos a un debate público razonable.» Tomamos nota.

Inmigración y Solidaridad

Aunque el mar de banderas que agitaba la multitud representaba cientos de naciones y grupos de inmigrantes, la abrumadora presencia hispanoamericana se hizo sentir en las calles de Washington. El resbalón moral que los Estados Unidos han vivido desde los años sesenta en adelante ha causado muchos problemas pero uno de los más graves es la caída vertical de la ética de trabajo entre la juventud americana, otrora una de las más industriosas del mundo. Hoy día el que salva de ser abortado debe también sortear los obstáculos que representan una decaída educación pública, la promoción de perversiones eufemísticamente llamadas «estilos de vida alternativos», el abuso rampante de drogas y el descenso de los salarios en los niveles básicos de empleo. Ante la debacle general de la población trabajadora nativa y la limitada tasa de crecimiento natural de la población, las industrias han echado mano del inmigrante ilegal para llenar el vacío producido. Eso por supuesto ha provocado una escalada de inmigración ilegal, mayormente de México y América Central. El americano medio está atemorizado por el traspaso de vecindarios enteros a estas nuevas etnias, los problemas de mafias y crimen que han surgido como consecuencia. Conste que ya no estamos hablando de San Diego o Los Angeles sino de ciudades como Wichita y Portland donde la inmigración hispana era casi nula hace tan solamente unas décadas. Pues el Papa nos ha recordado que la Iglesia tiene la obligación de ayudar a los pobres y no puede discriminar a aquellos que no tienen papeles. También nos ha llamado a reflexionar sobre los motivos que han causado esta crisis y a solucionarla sin apelar a las fobias que se manifiestan en momentos como el presente. No es el consejo más popular pero creo que todos sabemos que eso es lo que Cristo aconsejaría.

Un «café» con los obispos

Entre los obispos americanos hay hombres santísimos que trabajan muy duro. Nombrar a algunos sería hacerle una injusticia a muchos otros por eso no haré una lista. Pero también hay «de los otros» y Benedicto no escatimó palabras para dejarles saber a todos que los escándalos sexuales y la incompetencia de las diócesis en la defensa de las víctimas ha llenado de vergüenza al Papa y a la Iglesia entera. El encuentro con los obispos había sido planeado como un encuentro «a puertas cerradas». Benedicto no quiso saber nada de eso y requirió que fuera televisado para que la gente supiera «lo que dijo el Papa a los obispos» y no «lo que cierto obispo dijo que dijo el Papa.» Con eso dió una seria lección de apertura y transparencia a un cuerpo obispal muy acostumbrado a tratar las cosas entre bambalinas.

Sin muchas vueltas, Benedicto los animó a la oración, a gastarse en la actividad pastoral, a trabajar duro en la evangelización y a no perder el contacto con la grey. El terso discurso no careció de fuerza. Los obispos americanos están en la mira papal desde hoy. Especialmente los mejor manicurados.

El «efecto Benedicto»

¿Qué efecto tendrá la visita papal sobre campaña para las elecciones presidenciales? No creo que el pontífice tenga la intención de influir para nada en eso. Es interesante que su visita adoptara el lema «Cristo, Nuestra Esperanza» algo que parece contrastar con el lema de campaña del senador proabortista Barack Obama quien se ha presentado como «el candidato de la esperanza». El candidato presidencial ya casi tenía asegurada la nominación cuando el pasado 11 de abril cometió una de las gaffes más desafortunadas de su campaña al referirse públicamente a los ciudadanos de Pennsylvania como gente resentida que se refugia en la religión y en la tenencia de armas para expresar su frustración por la falta de empleo. El comentario le ha cortado las piernas a su campaña en la región y puede llegar a costarle la nominación si Hillary Clinton usa la oportunidad inteligentemente.

Comparando (es inevitable la comparación) los breves y sólidos discursos papales con el bla-bla-bla de los candidatos, no hay que ser un genio para darse cuenta de quién es la potencia intelectual y quién es el charlatán de feria. Creo que los discursos de Obama y de Clinton van a sonar mucho más vacíos a los oídos norteamericanos después que haya pasado la visita de este abuelo sabio de cabellos blancos que vino a celebrar su cumpleaños entre nosotros un hermoso día de sol en abril.

Para quienes estamos acostumbrados a la corrida general que se da al final de la Misa cada domingo (para alcanzar el aparcamiento antes de que se congestione la entrada) la sorpresa fue mayúscula. La gente esperó al Papa por horas y terminada la ceremonia se han quedado después que el Papa se fuera. Como los enamorados que despiden a la amada y no se van de la estación hasta que el tren es un puntito apenas visible en la distancia, la gente parecía no poder separarse de esa experiencia vivida con tanto fervor.

Creo que los más sorprendidos fueron los neoyorquinos, acostumbrados a desaparecer quince minutos antes de que termine cualquier evento, sea boda, concierto, juego de pelota o funeral. Los eternamente apurados neoyorquinos persiguen sin piedad la oportunidad de llegar primeros a la mesa del desayuno en el «diner» después de la Misa o a la estación del «subway» al fin de un juego de baseball. No fue así con los eventos papales de este fin de semana. En mi opinión, este milagro debiera ser agregado ya a una futura causa por la beatificación de Benedicto XVI. Creo no estar exagerando.

Algo queda en el aire esta noche de abril en la que Benedicto XVI ha dejado los Estados Unidos. Los milagros (aparentes o ciertos) no dejaron de sucederse. Neoyorquinos pacientes, una visita completa en pleno abril del noreste americano sin un solo minuto de mal tiempo y la que más ha impresionado a los que ya tenemos cierta edad: el Papa pronunciando el «God Bless America» desde el jardín de la Casa Blanca, aplaudido por un presidente del sur ¿Quién lo hubiera soñado? No parece el mismo país en el que John F. Kennedy tuvo que «explicar» su catolicismo a los pastores protestantes en Houston durante la campaña presidencial de 1960. Nadie ha expresado su sospecha de una «conspiración romanista» y hasta los críticos más enconados de la Iglesia de Roma sucumbieron a la benigna sonrisa y a la palpable humildad de Benedicto. En términos americanos Benedicto acuñó un éxito mediático total.

Yendo al centro del mensaje que el Papa nos deja, creo que el discurso ante las Naciones Unidas fue el plato fuerte de esta visita papal. Mucho hemos escuchado sobre los derechos humanos desde los altoparlantes de la progresía de izquierda. Nos han querido vender la idea de que los derechos humanos son concesiones benevolentes del estado que los enuncia luego de cocinarlos en los laboratorios de la «intelligentzia» y que deben ser impuestos o negados por el peso de la fuerza estatal. Benedicto XVI puso fin a esa semilla de pesadillas con un terso y simple discurso en el que no temió declararle al mundo entero que la humanidad tiene derechos que son inalienables porque los ha recibido de Dios. Sin temor alguno, sin tibieza, sin malentendida corrección política dió el nombre de nuestro Dios y Señor Jesucristo, para que quede bien claro de dónde vienen esos derechos que se pueden rastrear hasta el Sermón del Monte y aún más atrás hasta la Ley de Moisés.

No hay estado que nos pueda dar ni quitar derechos. No hay manera de negar la dignidad del hombre sin invitar a un desastre social en el que pierden tanto los gobernados como los que gobiernan. La religión cristiana, a la que algunos con una «memoria histórica» selectiva acusan de indecibles maldades, es reconocida por Benedicto XVI como la base sobre la cual los padres fundadores de los Estados Unidos edificaron este experimento que ya lleva más de dos siglos de vida ininterrumpida. Al citar el poema escrito al pie de la Estatua de la Libertad, Benedicto nos ha recordado que los Estados Unidos han sido un foco de esperanza para millones de personas porque los principios sobre los que este país fue fundado emanan directamente de fe cristiana de sus primeros ciudadanos.

Esto puede resultar difícil de entender para muchos. Para los americanos, católicos y no-católicos, que escucharon con atención esas palabras del Papa han sido un recordatorio necesario de las raíces de la grandeza americana.

Como dijo Margaret Thatcher: «Europa es el resultado de la Historia. Los Estados Unidos son el resultado de las Ideas.»Benedicto XVI nos ha recordado que esas ideas no solamente proponen un destino sino que también tienen raíces profundas en la dignidad humana recibida de Dios mismo y que nadie nos puede negar.

Esperanza en tiempos inciertos

No hace mucho charlaba con un entrañable amigo sobre la necesidad de mantener la mente centrada en lo que es superior a las preocupaciones normales de este mundo. Ese es el consejo de los grandes doctores de la Iglesia, que entrenemos la visión mística porque la fe consiste en supeditar lo presente a lo eterno, considerando siempre que nuestro destino final es la eternidad y que todo debe someterse a ese objetivo. La actitud opuesta, desdeñar lo eterno para ganar lo presente, es meramente acomodar las sillas en la cubierta del Titanic.

El Papa llega a los Estados Unidos a darnos un refrescante curso en las cosas de la eternidad. Nuestro presidente, legisladores y altos jueces, nuestros obispos y educadores católicos, los líderes religiosos de diversas confesiones y creencias, todos han convergido para escuchar el mensaje que Benedicto XVI trae al país en un momento en que las nubes se ciernen sobre el paisaje económico y la capacidad de los líderes en campaña presidencial deja mucho que desear.

Benedicto nos ha tocado el corazón al recordarnos que somos un país de esperanzas y aunque la historia de los Estados Unidos está manchada aquí y allá de episodios y actitudes lamentables, el país ha tenido siempre la entereza suficiente para mirar hacia adelante, centrando la voluntad en los derechos inalienables que Dios nos ha legado: «vida, libertad y la consecución de la felicidad», tal como lo proclama el Preámbulo a la Constitución de 1776.

El mensaje papal nos ha recordado que aquellos que tienen esperanza viven una vida diferente porque viven una vida trascendente en la cual los problemas naturales de la existencia purifican la fe. Enfrentados con tiempos inciertos, los americanos han sabido siempre apoyarse en la fe, por las mismas razones que citaba al principio: la atención a las cosas eternas ordena y mejora el presente. Benedicto XVI nos ha dicho que le caemos bien y que los ideales sobre los que esta nación fue fundada son ideales ejemplares que sobreviven en los valores esenciales del pueblo americano. Sus palabras son un bálsamo para un pueblo acosado por la tiranía del relativismo que quiere hacernos perder el coraje de distinguir entre el bien y el mal.

El Papa nos ha recordado que los derechos humanos fundamentales vienen de Dios, tal como lo enunciaran los constituyentes americanos hace ya doscientos años. Nos ha recordado que hay que tener la valentía de seguir el camino del bien, de buscar la verdad hasta las últimas consecuencias si queremos vivir una vida que valga la pena ser vivida. Camino, Verdad y Vida son solamente tres nombres por los que también se conoce a Cristo. Quienes ponen su esperanza en El, nos recuerda el Santo Padre, no serán defraudados pues El pone fin a la incertidumbre de los tres días después del Calvario con la certeza de la tumba vacía.

Gracias Su Santidad Benedicto XVI, por recordarnos la raíz cierta de nuestra esperanza.