En este breve artículo voy a explicar el cielo y el infierno, lo que le sucede al alma después de la muerte, el problema del pecado y la lógica detrás del sacrificio de Jesús en la Cruz en menos de 300 palabras.

Fuimos creados por Dios, somos un alma. Esa alma anima nuestra conciencia, es eterna, nos separa de los meros animales y está sellada por Dios en nuestros cuerpos.

Tras la muerte, nuestra alma se libera de la carne. Debido a que fuimos creados por Dios, a la imagen de Dios, para estar con Dios, el alma inmediatamente intenta gravitar hacia Él después de la muerte como el hierro colocado cerca del imán más poderoso.

Debido a que nuestras almas están manchadas con el pecado original y personal, y debido a que Dios es infinitamente Santo, nuestras almas están separadas de lo que está tratando desesperadamente de alcanzar. Es como una flor que necesita el sol para sustentarse, pero lo encuentra bloqueado por una cubierta de nubes impenetrable e interminable (o como Jesús dijo de manera similar, «las tinieblas de afuera»).

El infierno es el sufrimiento e infelicidad  eternamente perdurable de nuestras almas que estando libres de nuestros cuerpos son incapaces de llegar a Dios.

Jesús, Dios encarnado como Hombre, sin pecado e infinitamente santo, es  el único medio posible para ofrecer la infinita y santa expiación por los pecados finitos de la humanidad. Pero tenemos que elegir limpiar nuestra alma por ese medio antes de que muera y trate de llegar a Dios. Se usa la analogía de “lavar nuestras vestiduras en la sangre del Cordero” para describir eso. Hacemos esto al creer en Cristo, e invocar los méritos de la expiación de Cristo, al pedir que nuestros pecados sean perdonados, al perdonar a otros por sus pecados contra nosotros y al seguir los mandamientos de Dios.

Al estar tan purificados, que es el estado de gracia, nuestra alma puede hacer el viaje hacia Dios para el que fuimos creados y la felicidad eterna y el sustento que solo Dios puede proporcionar.

Por eso Jesús vino a erradicar el pecado original y personal. Esta es la gloria y el amor inmerecido de la Cruz.