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Carlos Caso-Rosendi

En el primer escrito de esta serie («Signos de la Iglesia en Mateo 16, 13-20») analizamos algunos aspectos que generalmente se dejan en el tintero cuando se estudia la fundación de la Iglesia por Jesucristo.

Es frecuente escuchar la expresión «iglesia neotestamentaria» para referirse a ciertas agrupaciones eclesiales del protestantismo pentecostalista o alguna de las también llamadas «iglesias no-denominacionales» o «libres.»

Necesidad del desarrollo de la misión y forma universal de la Iglesia

Una premisa clave del pensamiento protestante es la intención de refundar la congregación cristiana por medio de investigar en las Santas Escrituras cómo era la «iglesia primitiva.» Implícito en esa intención está el descarte de la Iglesia Católica Apostólica Romana como si esta fuera una institución diferente de la fundada por Cristo que ha sufrido una transformación indeseable y que por lo tanto no ya queda mas remedio que abandonar para formar una iglesia nueva siguiendo las «instrucciones» que se encuentran en la Biblia.

Creo que no hay nada mejor que el Libro de los Hechos de los Apóstoles para asegurarse de qué clase de Iglesia era esta «iglesia primitiva». Se puede, a priori, usar la analogía que compara a la Iglesia con el cuerpo de una persona. La analogía viene al caso porque es bíblica y porque Nuestro Señor fue el primero en usarla.

Imaginemos entonces a esta persona a los tres meses de edad. Le tomamos una fotografía y regresamos unos veinte años más tarde para ver que fue del sujeto de nuestro experimento. Sería bastante raro si la persona que regresa para ver a nuestro sujeto después de veinte años de ausencia afirmara que éste no es la persona que conoció la primera vez, aduciendo que la persona de entonces era pequeña y estaba en pañales, lloraba con frecuencia y se alimentaba solamente de leche. Por el contrario este hombre de veinte años que insiste en ser la misma persona, mide un metro setenta, tiene barba y bigote, su alimentación es compleja y su habla es propia de un adulto.

Si alguien insistiera en ver al sujeto de nuestro experimento como un bebé y demandara que volviera a los pañales y a la leche, lo juzgaríamos loco de remate. Sin embargo hay quienes insisten que la Iglesia debe «volver a su inocencia original y a la simpleza del Evangelio.» Bien intencionadas frases por el estilo presuponen que el cuerpo místico de Cristo no debe crecer jamás, no debe profundizar en la sabiduría apostólica, ni ensayar tareas misionales de mayor alcance que las que aquel grupito de ciento veinte fieles. A primera vista, esta demanda pareciera tener sentido, sin embargo, al reflexionar un poco en ciertas palabras de Cristo («cosas mayores que éstas haréis», «seréis mis testigos hasta los confines de la tierra») nos damos cuenta que la misión de la Iglesia es crecer y desarrollarse como el organismo vivo que es.

Lo que sí es cierto es que las cosas que le son esenciales no pueden cambiar. Como el bebé de nuestro ejemplo, el crecimiento no lo transforma en otra persona, sino que desarrolla en él todo el potencial con el que Dios lo ha dotado. Tal es el caso de la Iglesia.

Echemos entonces una mirada a la Iglesia comenzando alrededor del tiempo de la Ascención de Nuestro Señor y comparémosla con la Iglesia que conocemos hoy día tanto en sus virtudes como en sus defectos. Para eso San Lucas nos ha dejado el libro de los Hechos de los Apóstoles. Este escrito de San Lucas parece, en mi opinión personal, centrarse principalmente en la obra que el Espíritu Santo realiza en el modesto grupo de creyentes que constituyen la semilla de la Iglesia de los siglos.

Cuarenta días después de la Cruz

Para situarnos en el tiempo, recordemos que Cristo ha sido crucificado en el dia de la Pascua, un viernes. El domingo siguiente resucita de entre los muertos y aparece ante sus discípulos por los próximos cuarenta días, siempre en «el primer día de la semana», que en el calendario hebreo es, por supuesto, el domingo.

Al despedirse el día de la Ascención deja la instrucción a sus discípulos de esperar en Jerusalén hasta que se cumpla la promesa de la unción con Espíritu Santo. Esto ocurre el día de la fiesta judía del Pentecostés, cuando un grupito de unos ciento veinte fieles están reunidos en el cenáculo. Poco antes habían elegido al reemplazante de Judas bajo la supervisión de Pedro, el Apóstol Matías. Al llegar el día del Pentecostés. Sabemos por Hechos 1,14 que entre ellos estaba también María. La madre de Jesús y también sus hermanos o allegados íntimos.

Que el escritor de Hechos destacara la presencia de María en el grupo apostólico es ya una señal del papel de la Santísima Virgen quien ha estado presente en todas las ocasiones cruciales de la vida de Jesús y ahora asiste a esta segunda «Navidad» que es el nacimiento de la Iglesia en el Espíritu.

Discernimos hasta ahora:

1. Que el día domingo tiene una significancia especial para la Iglesia por ser el día que el Señor elige para revelarse luego de su resurrección.

2. Que los apóstoles están conscientes de una estructura de autoridad y con el acto de elegir a Matías para suceder a Judas se establece un proceso de transferencia.

3. Que la Madre de Jesús está en el grupo y se la menciona junto con los Doce en un mismo plano de importancia así como a los allegados de la casa de Jesús que con ella estaban.

4. Que Pedro, al tomar la delantera en la confirmación de Matías como apóstol es destacado por el autor de Hechos al mencionarlo primero cada vez que lista al cuerpo apostólico y al presentarlo frecuentemente tomando el liderazgo en momentos críticos para la Iglesia incipiente.

Un hombre transformado y un signo de contradicción

No olvidemos lo cerca que estamos de los acontecimientos del Gólgota cuando leemos estos primeros capítulos de los Hechos. Escasas semanas han pasado desde la noche en que Pedro negara al Señor tres veces y llorara amargamente al contemplar su debilidad y cobardía naturales. En los capítulos 2 y 3 observamos a un Pedro diferente, valiente y avezado, que discursa sin temor defendiendo el Evangelio a poca distancia del lugar donde antes no se atrevió siquiera a reconocer a Jesús. Y eso a sabiendas de que le puede costar la vida tal cual le costara a su Maestro ¿Qué ha pasado?

La diferencia obvia es el Espíritu Santo que ha comenzado su obra de transformación no solo en él sino en los demás discípulos. Esa valentía evangélica delante del peligro manifiesto es un rasgo que aparecerá en innumerables mártires en los siglos por venir y que es el rasgo distintivo de los santos. La Iglesia tiene desde el primer minuto la misión de ser un signo de contradicción ante un mundo hostil.

Los apóstoles, con Pedro a la cabeza, declaran con bravura delante del mismo Sanedrín que ordenara la muerte de Jesús unas pocas semanas antes (cap. 4.) Esto se traduce en numerosas conversiones que aumentan el número del pequeño grupo original que pronto alcanza los mil doscientos miembros.

Prácticas de la Iglesia

En Hechos 2, 42-47 se ven claramente las actividades principales del grupo original de cristianos:

  •  Adherencia a la doctrina apostólica y NO «libre interpretación» por los fieles
  •  Comunión de los santos en hermandad cristiana
  •  Eucaristía frecuente, «partir el pan»
  •  Oración
  •  Manifestaciones milagrosas del Espíritu Santo
  •  Obras de misericordia entre la comunidad y alabanza a Dios

Hemos discernido estos nuevos puntos:

1. Que la Iglesia es un signo de contradicción ante el mundo que la rodea y su misión es incitar a la aceptación de Cristo como el Mesías y al arrepentimiento para salvación de las almas.

2. Que el Espíritu Santo suple las virtudes que faltan en el Cuerpo Apostólico para alentar la difusión del Evangelio.

3. Que la Iglesia contiene en sí misma y obedece las enseñanzas del Cuerpo Apostólico y no es simplemente una asociación de fieles que interpretan a gusto personal las Escrituras.

4. Que manifiesta en sus prácticas el sentido de comunión que Cristo le ha infundido al compartir los bienes misericordiosamente y al frecuentar la «porción del pan» en la Eucaristía. Agreguemos la práctica de la oración y alabanza.

Expansión de las misiones

La idea que nos comunica el resto del libro de los Hechos es bien clara: el Espíritu Santo lanza a los primeros discípulos en una obra de evangelización universal, o sea católica. Estas primeras agrupaciones de hermanos cristianos no son meras sociedades locales de estímulo personal. El acento está puesto en un crescendo que pasa mas allá de evangelizar judíos a la evangelización de Samaria (el antiguo reino de las diez tribus) de los fieles judíos de otras naciones (griegos, etíopes, egipcios) y finalmente a los gentiles de todas las partes del Imperio Romano y de otras naciones circundantes. Se estima que en vida de los apóstoles, el mensaje del Evangelio se extendió por todo el imperio y más allá, hasta lugares tan remotos como Armenia e India.

Resolución de conflictos doctrinales

No fueron ajenas a la Iglesia naciente las diferencias de opinión en asuntos de fe y de prácticas. En el capítulo 15 se ve claramente como el cuerpo apostólico que ha crecido en el número de epíscopos, resuelve la controversia levantada por los judaizantes. Es de notar que es el discurso de Pedro el que pone fin a la acalorada discusión. Su decisión y consejo son acatados por todos y nadie se separa para formar una iglesia reformada.

El examen nos deja con dos poderosas conclusiones:

1. La Iglesia primitiva es católica (universal) en voluntad, misión y carácter.

2. La Iglesia primitiva muestra a las claras signos de una autoridad jerárquica de apóstoles, epíscopos, presbíteros y diáconos.

Reflexiones

Una lectura ordenada y profunda de este Libro de los Hechos de los Apóstoles es un poderoso testimonio de la verdadera forma en que la Iglesia cristiana dió sus primeros pasos. Al observarla, notamos que sus características fundamentales no han desaparecido de la Iglesia Católica que conocemos hoy.

Ausentes en otras agrupaciones eclesiales cristianas (mayormente en el campo protestante) están, fundamentalmente, la universalidad o catolicidad de la Iglesia de Cristo que está llamada a ser testimonio al mundo entero. Tal testimonio a través de la historia se ha dado siempre en la Iglesia Católica que se extiende universalmente tanto en el tiempo como en la geografía de nuestro mundo. Otra llamativa diferencia es la falta de autoridad final en las agrupaciones eclesiales fuera de la comunión católica. Esta falta de autoridad apostólica es la raíz de las escandalosas divisiones que alcanzan ya los miles de denominaciones representando las más variopintas interpretaciones y doctrinas «basadas en la Biblia.»

Los Hechos de los Apóstoles, leídos en conjunto con las obras que han llegado hasta nuestros días y que dan testimonio del desarrollo de la Iglesia en los primeros siglos, son un potente testimonio de que el poder de Dios obra en la preservación de su pueblo a través del tiempo.

Ese es el poder que le dio el Evangelio y la Comunión, por eso la llamamos Iglesia. Que la extendió por el mundo entero llevando el fuego de la Palabra. Por eso la llamamos Católica. Que formó del barro imperfecto de doce judíos de Palestina el oro acrisolado de los Apóstoles. Por eso la llamamos Apostólica. Y que le dio por asiento la ciudad de sus antiguos enemigos. Por conquistar a Roma con la sangre de mártires la llamamos Romana.