fe-y-razon

Con frecuencia se afirma que la fe religiosa es simplemente credulidad simplona y que la teología es palabrerío que trata de afirmar cosas que no se pueden comprobar. Aunque estas creencias sean muy comunes, no dejan de ser erróneas. En realidad los simplones son los que rechazan esa caricatura de la fe que han aceptado en su ignorancia . Para corregir ese error es necesario definir lo que es la razón humana y los sentidos naturales que la alimentan. También es necesario precisar cuáles son los fundamentos razonables de la fe, y cómo la coherencia interna de las creencias cristianas y su desarrollo histórico presentan suficiente evidencia razonable de ser de origen sobrenatural. Una vez superada esa barrera, cuando se comprende que la fe surge de la razón, es que podemos explicar lo que es la definición cristiana de la fe. La hermosa expresión de Santo Tomás Moro (1478-1535) resume muy bien la relación entre la razón y la fe cristianas:

“En el alma del hombre la razón debe gobernar como un soberano, pero sólo puede reinar cuando ella misma se somete lealmente a la fe para servir a Dios.”

Fides et Ratio 1 — “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo.”[1]

Exodo 33, 18-20 — “Déjame verte en todo tu gloria” insistió Moisés. Y el Señor le respondió: “Voy a mostrarte mi bondad y te daré a conocer mi nombre. Y verás que tengo misericordia de quien quiero tenerla y soy compasivo con quien quiero ser compasivo. Pero debo aclararte que no podrás ver mi rostro, porque nadie puede ver mi rostro y vivir. Cerca de mí hay un lugar sobre una roca” —dijo el Señor— “Puedes quedarte allí. Cuando yo pase en toda mi gloria, te pondré en una hendidura de la roca y te protegeré con mi mano, hasta que haya pasado. Luego, retiraré la mano y podrás ver mi la espalda. Pero mi rostro no lo verás.”

Salmo 27, 8-9 — Mi corazón dice: “¡Busca su rostro!” Y yo, Señor, tu rostro busco. No te ocultes de mí; no rechaces a tu siervo en tu enojo, porque tú eres mi ayuda. No me desampares ni me dejes, Dios de mi salvación.

Salmo 63, 2-3 — En el santuario te he visto y he contemplado tu poder y tu gloria. Tu amor es mejor que la vida; por eso mis labios te alabarán.

Juan 14, 8 – “Señor muéstranos al Padre y con eso nos basta” dijo Felipe.

1 Juan 3, 2 – “… ahora somos hijos de Dios, pero aún no nos ha sido manifestado lo que llegaremos a ser. Sin embargo sabemos, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es.”

La razón

Los seres humanos percibimos la realidad del universo material que nos rodea por medio de los sentidos físicos a saber: la vista, el oído, el gusto, el olfato, y el tacto.

Por medio de esos sentidos la inteligencia humana obtiene información que usa para discernir la validez de las acciones que debe tomar en la vida. La vista nos permite ver obstáculos o peligros en nuestro camino y también nos revela lo que es necesario para nuestra supervivencia. El olfato nos alerta a no comer algo que huele mal, o a detectar la proximidad de un fuego peligroso, y también nos permite gozar de los perfumes agradables de la naturaleza a nuestro alrededor. Así sucede con todos los otros sentidos humanos que alimentan nuestra razón con información útil para que, haciendo buen uso de ellos, podamos vivir y prosperar en el mundo material.

La razón recibe lo que captan los sentidos, juzga la realidad de acuerdo a esa información, e inteligentemente descubre partes de esa realidad que no son accesibles directamente a los sentidos, separando así lo que es bueno de lo que es malo.

Tal como los sentidos alimentan la razón, ésta a su vez alimenta la experiencia guardando en la memoria todo lo aprendido. Esa combinación de sentido, razón y experiencia, hace que la inteligencia humana pueda ir más allá de lo meramente aparente, llegando gradualmente a un mejor entendimiento de la realidad que lo rodea. Sin embargo la razón humana es a veces falible y así frecuentemente el hombre observa ciertos efectos pero falla en deducir exactamente aquello que los causa. Esto hace necesario la asistencia de la gracia divina en cuestiones de fe.

La fe

Si la razón no es algo fácil de definir, la definición de la fe es aún más elusiva. Se entiende como fe natural creer simplemente en la palabra de alguien (nuestros padres, amigos, vecinos, etc.) confianza en la integridad de algo (un puente, un avión, un periódico, etc.)

La confianza en el conocimiento acumulado por otros es esa fe natural. Asistida por la razón es una fe razonable: creer en la palabra de alguien con buena reputación es algo razonable. Creer en la palabra de personas incapaces o mentirosas es irrazonable.

Cuando creemos lo sobrenaturalmente revelado a los cristianos, por ejemplo que “Cristo es el Hijo de Dios” creemos con fe sobrenatural. Nuestros sentidos naturales no pueden comprobar físicamente la filiación de Cristo, pero lo aceptamos porque tenemos confianza en la fuente, que puede ser el Magisterio de la Iglesia, la Sagrada Tradición, o las Sagradas Escrituras.

Mateo 27, 50-54 — Jesús, entonces, lanzando un fuerte grito, expiró. De pronto, la cortina del Templo se rasgó de arriba abajo; hubo un terremoto y las rocas se quebraron; las tumbas se abrieron y resucitaron muchos creyentes difuntos. Estos salieron de sus tumbas – después de que Jesús resucitó – y entraron en la ciudad santa apareciéndose a mucha gente. El oficial romano y los guardias que vigilaban a Jesús, al ver el terremoto y todo lo que sucedía, exclamaron aterrorizados: “¡Verdaderamente, éste era Hijo de Dios!”

El centurión romano, sin ser creyente, pudo apreciar claramente la coincidencia de poderosos fenómenos naturales con el último aliento de Jesús. Como oficial, sabía que Jesús, “se había declarado Hijo de Dios” entre otras cosas. El endurecido soldado no tardó en “hacer la suma” de lo que ya sabía y lo que sus propios sentidos le revelaban ahora. Fue entonces que la razón del centurión abrió el camino a su fe, impulsándolo a creer que Cristo era “realmente el Hijo de Dios” sin duda alguna.

No fue necesario el terror de ese momento para hacer posible la fe de los creyentes que acompañaban a Cristo en el Calvario. La Virgen María, las otras mujeres, y San Juan ya habían crecido en la fe escuchando las enseñanzas de Jesús y viendo innumerables milagros y acontecimientos sobrenaturales. Para ellos, esos aterradores momentos eran la continuación lógica de lo que ya habían aprendido, comprendido y aceptado: que Jesús era el Hijo de Dios.

Entendemos y asentimos con nuestro intelecto a las verdades reveladas por Dios, ordenadas por la Teología en un todo coherente que nos llega por gracia de Dios.

Hebreos 1, 1-3 — Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido creado el universo por la Palabra de Dios, de modo que lo que es visible fue hecho por lo que es invisible.

2 Corintios 6, 6-8 — Así que siempre vivimos confiados, sabiendo que mientras estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor – porque andamos por fe y no por vista – pero confiando, más quisiéramos estar ausentes del cuerpo pero presentes en el Señor.

Como las verdades reveladas por Dios no pueden ser verificadas directamente por nuestros limitados sentidos. Es por eso que debemos voluntariamente asentir con nuestro intelecto confiando en la fuente que la gracia de Dios nos ha provisto, adhiriéndonos a la verdad revelada que no siempre podemos comprender totalmente. Dos cosas nos ayudan: la primera es la fuente de esa verdad; y la otra es la coherencia interna de las verdades divinas que – aunque naturalmente no las podemos aprehender – las aceptamos por respeto a Dios, fuente de la verdad revelada. La teología presenta estas verdades en forma ordenada, revelando una coherencia interna que es humanamente imposible de falsificar. Por ejemplo, la coherencia teológica de lo revelado en las Sagradas Escrituras, la Sagrada Tradición y el Magisterio de la Iglesia a diferentes hombres y mujeres lo largo de los siglos, es prueba fehaciente de su origen sobrenatural.

Romanos 4, 1-3 —  Veamos el caso de Abrahán, el antepasado de nuestro pueblo. ¿Qué diremos en su caso? Si Abraham hubiera obtenido la amistad divina como resultado de sus obras, podría gloriarse. Pero nunca ante Dios. Pues ¿qué dice la Escritura? “Creyó Abraham al Señor y le valió por justicia.”

El acto de asentir intelectualmente a la verdad revelada proviene de la razón. Por eso podemos decir que la fe está unida a ella y se alimenta de ella. Así el acto de creer resulta en mérito para el creyente. En el caso de Abraham, San Pablo nos explica que la confianza del patriarca fue meritoria hasta el punto de que Dios lo consideró un justo, o sea alguien perfecto, aunque Abraham no fuera naturalmente justo.

La experiencia de Abraham con Dios fue obviamente sobrenatural pero también fue beneficiosa para él. Satisfecho el intelecto humano de Abraham por esa experiencia, concluyó que Dios es bueno y benefactor. Por eso Dios es evidentemente digno de crédito.

Dios por su parte, comprendiendo cuánto Abraham confiaba en El, reconoció el mérito, o justicia del hombre que cree en El. Ese principio continúa hasta hoy: la fe en Dios hace justo al creyente y Dios, que es benefactor, recompensa esa fe con salvación. El pensamiento cristiano reconoce que tanto la fe como la razón son dones de Dios al hombre. Podemos confiar en la razón rectamente ordenada a la fe para que ella responda a las inquietudes del corazón humano que quiere saber quiénes somos, cuál es nuestro origen, las fronteras y el propósito del mal y del bien, y nuestro destino eterno.

En estas primeras décadas del tercer milenio, ha madurado una cierta desconfianza en la razón humana – esa actitud lleva muchos siglos gestándose, desde el advenimiento del así llamado iluminismo del siglo XVIII. Eso ha generado lo que el Papa Benedicto XVI llamó “la dictadura del relativismo” y a la abolición virtual de la verdad objetiva. Los resultados están a la vista: el siglo XX ha sido uno de los siglos más violentos de la historia y con seguridad el siglo en que ideas irracionales, extremistas y nihilistas han tenido la más nefasta influencia en la historia. La situación se ha empeorado en la medida en que la humanidad trata de crear sistemas de pensamiento que abandonan la fe en favor de lo que pretende ser razón pura. Para facilitar este proceso, algunos aducen que la fe es una negación de la razón, una superstición que oscurece el intelecto del hombre. Esos mismos confunden la fe con la credulidad y tratan de presentarla como un elemento nocivo. Sobre este proyecto irracional, ha escrito el autor cristiano T. S. Eliot: “El mundo experimenta tratando de formar una mentalidad civilizada pero no cristiana. El experimento fallará, pero debemos ser pacientes mientras esperamos su colapso, usando bien el tiempo que queda para que la Fe pueda ser preservada a través de las épocas oscuras por venir, para renovar y reconstruir la civilización y salvar al mundo del suicidio.”[2] En el mismo tono que ese autor, comenta otro apologista cristiano, C. S. Lewis: “Quizás estoy pidiendo algo imposible. Quizás, en la naturaleza de las cosas, la comprensión analítica debe ser como el basilisco que mata lo que ve y solamente puede ver matando. Pero si los mismos hombres de ciencia no pueden frenar ese proceso antes de que también alcance a la Razón y la mate, entonces tenemos el deber detenerlo.”[3]

La negación de la fe como elemento útil para la realización del hombre que desea vivir para la verdad y conocer la verdad, es entonces una acción destinada a dejar a la humanidad en la oscuridad, donde será más fácilmente manipulada. Con la fe muerta y la razón cuestionada, el hombre moderno está reducido a obedecer las directivas del poder ejercido puramente por la fuerza. El objetivo de estas fuerzas oscuras es obviamente la total abolición de la libertad humana. Sin libertad, el hombre ya no puede asentir dignamente a la revelación de la fe y es separado violentamente de la guía divina y de su dimensión moral, intelectual, cultural y hasta biológica.

Siguiendo el razonamiento de T. S. Eliot en este sentido, los cristianos de hoy deben cultivar la razón como el campo en el que pueden encontrar a los no creyentes y llevarlos a la fe. Dios ha capacitado al hombre para entender lo espiritual, lo divino, a través de lo material.

Sabiduría 13, 4-9 — “Y si fue su poder y eficiencia lo que les dejó sobrecogidos, deduzcan de ahí cuánto más poderoso es Aquel que los hizo; pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su Autor. Con todo, no merecen éstos tan grave reprensión, pues tal vez caminan desorientados buscando a Dios y queriéndole hallar. Como viven entre sus obras, se esfuerzan por conocerlas, y se dejan seducir por lo que ven. ¡Tan bellas se presentan a los ojos! Pero, por otra parte, tampoco son éstos excusables; pues si llegaron a adquirir tanta ciencia que les capacitó para indagar el mundo, ¿cómo no llegaron primero a descubrir a su Señor?”

Romanos 1:18-22 — “En verdad, la ira de Dios se revela desde el cielo contra el total de la impiedad e injusticia de los seres humanos que inicuamente niegan la verdad. Y es que lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues él mismo se los ha hecho ver. Porque desde la creación del mundo en adelante, las cualidades invisibles de Dios, que son su eterno poder y su divinidad, se perciben claramente a través de la Creación, de modo que nadie tiene excusa alguna. A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus fatuos razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón. Aunque afirmaban ser sabios, se tornaron necios.”

¿Cómo se entiende ésto? La capacidad humana de verificar con la razón lo que le comunican los sentidos, está limitada por la complejidad de la creación y la corta vida natural del hombre. El ser humano está obligado a aceptar el conocimiento acumulado por aquellos que le precedieron en la búsqueda de la verdad. Eso es en realidad, una forma de fe: la confianza –iluminada por la razón– en la capacidad y sabiduría de aquellos que vivieron antes que nosotros. Es por esto que entendemos que la fe es parte integral de la recta razón. Esa pertenencia es mutua pues es imposible, es “necedad” tener fe en algo que la recta razón no confirma. La creación entera sirve como guía a la razón, llevando hacia la fe a quienes buscan la verdad.

Fe y razón son las alas del alma humana

La filosofía (por la razón) y la teología (por la fe) son los instrumentos que asisten a quienes buscan la plenitud de la verdad. La primera recibe la luz de la verdad por medio de estudiar la creación en toda su complejidad. La segunda recibe esa misma luz por medio de estudiar la revelación divina.

Mucho se puede escribir sobre este tema que es realmente inagotable, pero se puede resumir diciendo que ambos elementos son de origen divino, son regalos que Dios le hace la hombre para que el hombre pueda conocer a Dios y hallarlo aunque nopueda ver a Dios directamente. La fe y la razón son como los dos lados de la grieta en la que Dios protegió a Moisés de la intensidad de su encuentro con Dios, permitiendo que el profeta contemplara la gloria de Dios, comprendiendo la enormidad de la realidad divina sin consumirse. En el encuentro de la naturaleza humana y la naturaleza divina, fe y razón sirven al hombre sin contradicciones, permitiéndole a la débil humanidad contemplar la inmensa gloria de su Creador y entender el feliz propósito y destino que el Creador le ha asignado.

Como es lógico esperarlo, Dios ha provisto una guía para que la humanidad pueda seguir ese proceso. El ejemplo máximo es Dios mismo, hecho hombre en Jesucristo. En segundo lugar está el ejemplo de María de Nazareth, prefigurada en el Antiguo Testamento como la Sabiduría. Es María quien en poquísimas palabras expresa la relación perfecta entre fe y razón: “Que se haga en mí tu voluntad”.

Lucas 1:38 — “Entonces María dijo: ‘He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra’. Y el ángel se fue de su presencia.”

En esa escena, la perfecta naturaleza humana de María recibe una revelación divina por medio de un ser espiritual, un ángel. María confía y se entrega totalmente a la voluntad de Dios. Los limitados conocimientos de María le presentan a su razón muchas dificultades, pues no sabe cómo ha de nacer ese niño, qué va a pasar con ella cuando ese hecho extraño y único en la historia sea conocido por la comunidad, etc. La aceptación de María es un ejemplo perfecto de la subordinación de la razón a la luz de la fe. Con el tiempo, María pudo comprender completamente las razones que la fe le presentó condensadas en las palabras del ángel.

Seguir el ejemplo de María es esencial para la humanidad. La razón debe asentir a la fe para elevarse y perfeccionarse, llegando así a una realización plena del hombre a luz de la revelación.


 

[1] Encíclica Fides et Ratio de S. Juan Pablo II, dada en Roma el 14 de septiembre de 1998.

[2] Thomas Stearns Eliot, Pensamientos después de Lambeth, 1931.

[3] Clive Staples Lewis, La Abolición del Hombre, 1945.