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Carlos Caso-Rosendi

No se pueden pasar por alto los acontecimientos que llenan las primeras planas de la prensa mundial. Los Estados Unidos de América, liderados por un atípico presidente —de probada incompetencia y sospechoso de inestabilidad mental— parecen debatirse en la indecisión en este asunto de atacar a Siria con unos cuantos misiles. El objetivo es castigar presuntos ataques con armas químicas por parte del régimen sirio del alawita Assad. Es obvio que el presidente americano favorece un cambio de gobierno y pretende dar una mano a las cada día más derrotadas fuerzas rebeldes que son tan anti-norteamericanas como el gobierno que pretenden derribar. Entre estas fuerzas rebeldes pelean muchos que combatieron a las fuerzas estadounidenses en Afganistán. La política es puerca pero este presidente parece haberla llevado a un nivel de abominación sin precedentes.

El halcón que al cetrero no obedece
En círculos crecientes gira y gira
Ya todo se derrumba, el centro está perdido
Mera anarquía se expande por el mundo
La sangrienta marea se desata
Y en todas partes la inocencia muere
Los nobles han perdido la cabeza
Y los viles se llenan de apasionado celo.
—W.B. Yeats

Cabe preguntar si es prudente o meramente ventajoso para los Estados Unidos efectuar este ataque, cambiar el gobierno sirio o intentar establecer una democracia sui generis al estilo de su reciente operación en Iraq —ya mentada como un estrepitoso fracaso. La pregunta es procedente y la respuesta a todas esas opciones es siempre “no”. Por supuesto, esperar sentido común de la presente administración americana es fatigar la futilidad. Los americanos cuando quieren ser obtusos lo son con la grandilocuencia e intensidad que siempre los han caracterizado. Ya se han despachado votando de presidente a este bamboleante compadrito dos veces. Como todos los actos políticos tienen consecuencias, pareciera justo que ahora le toque al electorado americano beber la copa que se han servido hasta las heces, sacrificando en el altar de su idolizado nuevo dios la sangre de más y más hijos, amén de la sangre de los pobres civiles inocentes que resultarán ser “daño colateral” en esta nueva serie de andanadas. Si los alemanes pagaron cara la idiotez de elegir a Adolf Hitler, uno no ve como nuestros primos del norte debieran estar exentos de sufrir las consecuencias de elegir un inepto absoluto dándole el control del aparato militar más mortífero que ha conocido la humanidad. Algunos dirán que los romanos también tuvieron emperadores estúpidos. Es cierto y recordemos que el Imperio Romano ya no es. La Historia cobra tarde o temprano y al contado.

Los que debieran estar cuidando al presidente de cometer errores son justamente aquellos que, como John Kerry, se desgranan en argumentos emocionales por iniciar el bombardeo al mejor estilo del anterior presidente-cowboy a quien tanto criticaran en su momento. Y es que todo cowboy precisa un caballo y el viso equino del secretario de estado americano no deja lugar a dudas de quién lleva puesta la montura. Así los americanos galopan sin bridas hacia un fracaso más de esa política extraña de guerras limitadas en las que sacrifican las vidas de sus propios militares practicando una especie de batalla de posturas que nada tiene que ver con el objetivo clásico de las guerras: doblegar la voluntad del enemigo. Desde Vietnam en adelante los americanos se conforman con hacerle al enemigo un poco de pupa, nada más. Y pareciera que lo único que les preocupa es mover el arsenal para que no se ponga muy mohoso.

Entretanto Rusia, China y el terrorismo islámico internacional se adecuarán a la situación para sacar ventaja. Ya mismo se puede apreciar que el brutal y sangriento Assad ha ganado unos puntos y tiene un poquito de mejor imagen en la prensa mundial.

El sheriff americano entretanto no parece darse cuenta que Siria es la puerta de Rusia e Irán. Esto se escapa de su pobre conocimiento de geografía —aún resuena aquella conferencia de prensa en la que quiso insultar a los británicos llamando a las islas Malvinas por su nombre argentino. Leyendo mal, las llamó “Islas Maldivas”, un respetable archipiélago del Océano Indico, cuyo nombre le debe ser más familiar a él porque es un sultanato musulmán. Yo hubiera preferido que llamara a las Malvinas por su nombre inglés, hay veces que es mejor defenderse solo, sin el estorbo de los aliados incapaces.

Este presidente americano, superada su inteligencia por las circunstancias, rodeado de obsecuentes, incapaz de gobernar su bocaza; ya ha logrado reducir el respeto y quizás la eficiencia de las fuerzas armadas americanas en el mundo. Túnez, Libia, Egipto, Afganistán e Iraq le siguen como un séquito de moscas que nos recuerdan a todos que el emperador está desnudo y hiede a eso que tanto atrae a las moscas.

Ahora se dispone tirar unos cuantos misiles, avisando dónde, quizás para que sus enemigos tengan tiempo de rejuntar unos cuantos inocentes para usar como escudo humano y en último caso sacarles fotos después del ataque para ganar unos puntos en el índice victimológico de la prensa mundial. Con eso descontarían aun la miserable victoria propagandística que planea el sheriff americano. La consecuencia mayor será en ese caso que muchos regímenes aventureros se animarán a actuar con violencia, sabedores ya que el poderío militar americano está enmarañado en una red absurda y al comando de un Brancaleone de poco seso.

El asunto es que el mundo no se puede dar el lujo de estar una década entera sin centro alguno. Mucho menos que el mundo entero, el vapuleado mundo occidental. Ahora, las encuestas en los Estados Unidos reportan diez en contra por cada uno a favor de esta guerra de aminorados mentales. Hubiera sido interesante que los encuestados hubieran elegido a alguien menos incapaz en las últimas elecciones presidenciales. Cierran la puerta ahora que se escapó el chancho. Mientras tanto el abombado que ellos eligieron ha logrado meterse en un brete en el que —sea lo que sea que haga— resultará en detrimento de los intereses americanos y fortalecerá la posición de sus enemigos tradicionales. Los Estados Unidos se han convertido en una especie de zombi que camina sonámbulo y armado hasta los dientes, dirigido por un niño-hombre socarrón y pagado de sí mismo, una especie de Nerón nuclear pulsando la lira del teleprompter mientras el mundo entero se ve venir el incendio total.

A este individuo la Real Academia Sueca le ha dado el Premio Nobel de la Paz. Sería cómico si no fuera tan trágico.