Carlos Caso-Rosendi
En el Segundo Libro de Samuel capítulo XXX encontramos al buen rey David viviendo en el exilio. Vuelve de la campaña militar del año, ha estado luchando para un príncipe filisteo que le prohíbe marchar con él a la próxima batalla contra Saúl y los israelitas. Cuando David retorna a su ciudad de Ziklag, David encuentra todo en ruinas. Su gente y sus posesiones las halla desaparecidas o destruidas. Su tropa —cansada de batallar la larga campaña de primavera en una región violenta— comienza a murmurar contra él. David le pregunta a Dios qué hacer. Dios le dice que persiga a los ladrones. Una vez más la tropa agotada de cansancio tiene que montar y salir a la corrida esperando descansar después del último combate de la temporada.
Entretanto Saúl el rey está muy ocupado logrando su última derrota en Gilboa donde perderá la vida junto a sus hijos y los otros príncipes de Israel.
En el camino David encuentra a un hombre abandonado por la partida de ladrones. Es un esclavo egipcio dejado a morir por su amo, un jefezuelo amalequita. Aunque el pobre hombre está más muerto que vivo y tirado a un costado de camino, David se puede dar cuenta de su origen por los tatuajes y las orejas perforadas al estilo de los esclavos, etc. David espera tres días (un signo de la Resurrección) y cuida al caído. Cuando el esclavo revive, comienza inmediatamente a hablar y pronto le da a David las señas necesarias para encontrar rápidamente a los cacos. David se lanza en seguimiento y los vence, recobrando así todo: mujeres y niños, sus posesiones y el botín que los ladrones han robado durante la estación, que es una suma considerable.
Eso es lo que podríamos llamar la “historia” pero lo que realmente está pasando — si uno lo ve desde la perspectiva de los cielos — es como sigue: el cielo ha aliviado a David de la triste tarea de pelear contra sus propios compatriotas y su buen amigo Jonatán, Luego David es sometido a una prueba de confianza en Dios cuando se queda solo, sin su aliado filisteo que lo proteja, y sin una fuerza leal en la que confiar. Solo le queda Dios y nuestro David humildemente le pregunta lo que nosotros preguntamos tantas veces en situaciones similares de la vida “¿Qué pasa, Dios mío?” Dios le responde “¡Ve y pelea!” pero David y sus soldados no tienen ya fuerzas. Sólo tiene la gracia de Dios y con eso se lanza a perseguir a sus enemigos cuando en el camino se encuentra la última “prueba”: un hombre medio muerto a la vera del camino. David tiene misericordia de ese hombre y así da muestras de que está listo para ser rey: tiene un corazón misericordioso.Ha pasado un largo tiempo desde que Samuel lo encontrara cuidando las ovejas de Jesé, cuando era solamente un muchachito. Antes que esa semana termine, David será rey de Israel.
El poeta y escritor católico canadiense Robert Eady comenta sobre nuestra actual situación con su acostumbrada precisión:
“Lo que tenemos ahora es una degeneración tan profunda que hace que uno desee no tener que aguantar por mucho más tiempo jubilado. El “problema de las drogas” es varias veces peor que el abuso del licor en los años del siglo XIX. Multitudes de jóvenes (nuestro futuro) yacen inconscientes en la cocaína, éxtasis, marihuana potenciada, música rock que consiste en poco más que golpes y chirridos, pornografía de Internet y esa especie de sucio puritanismo que hace que pecados graves sean cometidos en forma triunfal y desafiadora. Estar en una plaza en verano es como vagar por las celdas de las viejas penitenciarías. Hay más tatuajes morbosos que los que los viejos estafadores, ladrones y asesinos de los años de 1950 hubieran creído posible. El fin de todo esto, por supuesto, es el castigo de Dios que cambiará el paisaje tan definitivamente que a nadie le importará o tan siquiera sabrá lo que existió antes. Los pecados que claman al cielo por venganza son lo que atrae la ira divina. Dios, no el hombre, hará caer el martillo sobre los discípulos del iluminismo y el resto de los agentes del demonio que nos trajeron el estado secular moderno.”
Estoy seguro que la profecía de Robert Eady se cumplirá. Nos encontramos ante las humeantes ruinas de la Ziklag global, el reino que construimos en nuestro exilio viviendo entre enemigos. Pero hay un reino mejor que nos espera al final de esta era y a él hay que entrar como se debe: rechazado, humillado, cansado de batallar, agotado, sediento, hambriento, sin aliento y en nuestras últimas fuerzas pero felices de ver el rostro de Nuestro Señor.
Entonces veremos el otro lado de la Historia y finalmente entenderemos su significado.
“Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre. Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos. Asimismo como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyó a todos. Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste.” (Lucas 17:26-30)