Carlos Caso-Rosendi
No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las huellen con sus patas, y volviéndose os despedacen. (Mateo 7: 5-6)
Estas palabras de Jesús nunca fallan en hacerme temblar porque me recuerdan con cuánta facilidad me olvido de mis propias falencias cuando me concentro en las inevitables falencias de los demás. En esto, mea culpa, fallo a diario y no hay excusa. Gracias a Dios por la gracia de la Confesión.
Habiendo hecho esa salvedad y sin que me asista ningún derecho, aparte de mis derechos civiles, comentaba con un amigo hoy que me presentó con una traducción de cierta queja por demás olvidable que un dignatario eclesiástico católico de los Estados Unidos presentó criticando al New York Times por su falta de imparcialidad. Resulta que en tiempos recientes se ha ido descubriendo el abuso sexual de menores tanto en círculos judíos, anglicanos, evangélicos, en la educación, en los deportes, etc. Dicho abuso aparentemente tampoco conoce fronteras de género y es perpetrado en diferente medida por hombres y mujeres tanto homosexuales como heterosexuales. El artículo en cuestión — uno de tantos — deploraba que la prensa norteamericana no se estaba ocupando de estos últimos descubrimientos con la misma saña (debo usar esa palabra) con que el Boston Globe, el Washington Post y el New York Times se ocuparon de los abusos sexuales perpetrados por sacerdotes y religiosos católicos comenzando por la diócesis de Boston, Massachusetts con otros casos descubiertos a lo ancho de ese país.
A mí, que soy un poco bruto e irresponsable y sin tener diploma que me dé competencia, me pareció que estos artículos se reducían al viejo argumento de “¿por qué te ocupas tanto de mis violaciones de menores y no te ocupas igualmente de las violaciones de los demás?” Y no creo estar presentando un argumento vacío cuando reduzco tanta venerable queja a esa sola pregunta. Y la respuesta, que la tengo y es muy simple: “Es que no son tus amigos y te han odiado siempre, pelmazo.”
Descubrir la parcialidad de la prensa americana en estos días que corren es un poco como descubrir América. Hombre, eso es algo tan agotado, tan de público conocimiento que ya es parte de la psiquis americana. Nadie lee los diarios en New York sin leer entre líneas. Debe haber quien crea puntillosamente cada párrafo pero ya entramos en casos de análisis clínico, de estudios psicológicos y todo eso. Que la prensa americana es el timón de la opinión pública ya lo comentaba Orson Wells en aquella larga película que todo el mundo admira pero pocos han visto de cabo a rabo. Descubrir el anticatolicismo de la prensa americana, o el anticatolicismo americano es algo todavía más perogrullesco. Asombrarse de estos dos descubrimientos ya raya en la ingenuidad por no decir argentinamente en la pelotudez. Aparentemente la sociedad y la prensa americana tienen defectos. El asombro nos deja patitiesos, nos abruma … Aviso que estoy siendo sarcástico, por si hubiera algún verdadero ingenuo leyendo estas líneas.
Pero hay algo que se deja ver en aquellos reclamos y que sí debiera alarmarnos. Eso es la admisión implícita de un cambio de actitud en la prensa para con ciertos asuntos non sanctos. Pues en el pasado regía el principio aquel que “de eso no se habla”, principio tan común de las familias disfuncionales donde ocurren cosas feas. Así, muchos escándalos que debían haber sido públicamente expuestos por la prensa americana, pasaron sin pena ni gloria, cubiertos por un manto de silenciosa misericordia extendido mayormente por la necesidad de no ofender a la población católica que conforma históricamente más del 20% del electorado. Ahora que dicha población ha sido sometida a los dictados del Partido Demócrata ya no hace falta andar con esos pruritos y por eso el Boston Globe no tuvo empacho en enchastrar el frente de la diócesis con una pintada de no menos históricas proporciones. Y lo peor de todo es que no tuvieron que inventar nada.
El daño hecho a la sociedad y a las instituciones de estado americanas es enorme. Citemos por ejemplo el caso del Padre Gordon MacRae que cumple ya veinte años de prisión luego de ser condenado en un juicio más digno de un circo que de una corte judicial de un país democrático. El buen Padre MacRae no esperaba que su diócesis lo mandara al matadero para que no se examinaran a fondo los serios problemas reales que por allí habían. Un hombre tuvo que sufrir por la diócesis para que la diócesis no sufriera por causa de un hombre. Bíblicamente, el hombre sacrificado tenía que ser justo. El origen de ese desajuste no es el anticatolicismo americano sino la tolerancia excesiva de las autoridades eclesiásticas para con la agenda de la izquierda política, del homosexualismo y feminismo militantes. Esa tolerancia tiene un solo nombre entre cristianos: cobardía. Y cobardía de la peor especie, cobardía espiritual. Porque nadie en las décadas precedentes condenó la parcialidad de la prensa para con esas infamias. Todo lo contrario, ha sido la prensa alternativa tradicionalista y conservadora la que destapó las contribuciones de cuerpo episcopal a dichas causas en repetidas ocasiones. Poco o nada tienen que decir nuestras altas autoridades eclesiásticas sobre la injusticia de los sacerdotes falsamente acusados, sobre la impenitencia de los justamente acusados, o sobre la parcialidad de la prensa que le hace el caldo gordo a la sedición silenciosa que sufren los Estados Unidos desde hace décadas.
«Bienaventurados los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y para entrar por las puertas a la ciudad. Afuera están los perros, los hechiceros, los inmorales, los asesinos, los idólatras y todo el que ama y practica la mentira. Yo, Jesús, he enviado a mi ángel a fin de daros testimonio de estas cosas para las iglesias. Yo soy la raíz y la descendencia de David, el lucero resplandeciente de la mañana». (Apocalipsis 22:16) Estas palabras terribles de Jesús en el Apocalipsis de Juan no dejan de estar conectadas con lo antes citado. También aquí se habla de perros, un viejo eufemismo hebreo que agrupa a los que practican y promocionan cosas inmundas. No es aventurado afirmar que la prensa americana es un emisión de la intelligentsia que trajera a las aulas de Occidente el feminismo, el homosexualismo y el marxismo. Si no hay que darle lo santo a los perros ¿que sentido tiene pedirle a esos mismos canes que tengan la sensatez, la imparcialidad de los santos? Y si esa sensatez está ausente entre nosotros ¿cómo podemos erigirnos en jueces de las imprudencias perrunas de los gentiles? La condena de este mundo debiera ser nuestra conducta silenciosa y santa, nuestro renunciamiento a las “igualdades” y a la “justicia” del mundo para cultivar “el Reino de Dios y su justicia” del cual sacamos verdadero beneficio a costa de ser “odiados por el mundo”, tal como lo requiere Jesús.
Sí: “la ley es para todo el mundo”, pero el juicio comienza por la casa de Dios y nuestra preocupación debiera limitarse primero a remover la enorme viga que nos ciega y ahora no nos deja ver al “lucero resplandeciente de la mañana” raíz de toda justicia y buen gobierno: “Pero si alguno sufre como cristiano, que no se avergüence, sino que como tal glorifique a Dios. Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si comienza por nosotros primero, ¿cuál será el fin de los que no obedecen al evangelio de Dios? Y si el justo con dificultad se salva ¿Qué será del impío y del pecador?…” (1Pedro 4:16-18)