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Carlos Caso-Rosendi

La primera esposa de Basilio III, Zar de Rusia, no pudo darle hijos. Por esa razón el zar se deshizo de ella y se casó con Elena Glinskaya y de esta unión nació el príncipe que luego sería Iván el Terrible. San Máximo el Griego le profetizó al Zar de Rusia de esta forma: “Oh devotísimo Zar, honrado como el verdadero monarca que trabaja para establecer la vida de sus súbditos en rectitud y justicia, que siempre ha logrado superar la lujuria y las bajas pasiones de su alma. Sabe que aquellos que son esclavos de sus pasiones no son la viva imagen del Amo Celestial sino una burda imagen de la cruda naturaleza.”

El Zar, ansioso quizás de engendrar un heredero, se hizo el tonto y no pescó la indirecta del buen patriarca, lo cual movió a otro, Marcos de Jerusalén a darle, desde una respetable distancia, la siguiente advertencia más al tono de los profetas bíblicos: “Si haces esta iniquidad, tendrás un hijo maléfico. Tu reino será presa de terrores y lágrimas. Ríos de sangre correrán; las cabezas de los nobles caerán; tus ciudades serán devoradas por el fuego.” No necesitamos recordar al gentil y horrorizado lector que el Zar engendró a su príncipe y lo que sigue, el cumplimiento de esa profecía, se puede leer en cualquier libro que narre la historia de Rusia hasta nuestros días. Iván fue coronado 370 años antes de la Revolución de Octubre. Esos cuatro siglos vieron el cumplimiento de la terrible profecía con no menos terrible exactitud. No se llegaron a cumplir cuatro siglos de la dinastía nacida de esa decisión de Basilio III antes que las cabezas de los Romanov rodaran mientras en toda Europa caían otros monarcas al tiempo que la Gran Guerra y la pestilencia de la influenza española borraban del mapa a la Cristiandad para inaugurar el temblequeante nuevo orden europeo que nos daría la guerra total, las armas nucleares, la nueva moral y otros ayes apocalípticos. El perfume del fin del mundo se expandía sobre la tierra el día que la dinastía Romanov se extinguió pero en otra tierra, otro aroma surgiría anunciando a otro Rex Terribilis, el Rey de Reyes que un día vendrá a reclamar su feudo robado.

En Fátima, Portugal, la Virgen María se aparecía a tres pequeños pastores y les hablaba de Rusia, del error de Rusia y de su consagración al Inmaculado Corazón de María. Todo, como veremos más tarde, está relacionado. Rusia ha sido elegida por la Virgen para cumplir un papel especial en la batalla final para recuperar la “viña robada” de la que Cristo nos habló en la parábola de los malos viñadores. El error de Rusia, en mi opinión, se remonta a la falta de fe de Basilio III quien estableció su dinastía por medio de un odioso divorcio al que agregó la desobediencia a las justas advertencias de Dios mediante sus profetas. Así, Rusia y el mundo sufrirían en los siglos por venir porque la oscuridad de ese acto abrió las puertas al mal que gradualmente se desparramó por el mundo con nefastas consecuencias.

Nuestra Señora de Fátima habló de la aniquilación de naciones si no se cumplía obedientemente con su deseo de que el Papa consagrara a Rusia al Inmaculado Corazón de María en unión con todos los obispos del mundo. Ciertamente en número, naciones enteras están siendo aniquiladas a medida que el número de abortos crece y crece por millones año tras año. La ola de desobediencia que surgió a partir de la así llamada Reforma Alemana, preparó el camino para la llegada de males mayores, como la Revolución Francesa, el marxismo, el darwinismo, el fascismo, el comunismo y finalmente la conquista de naciones enteras por aparato soviético que trajo setenta años más de sufrimiento y opresión sobre Rusia.

Para nosotros en Occidente, o lo que va quedando de él, la oleada maléfica ha llegado con una sucesión de persecuciones que han hecho de los últimos cien años los más sangrientos de la historia del cristianismo. El Papa habla de un “ecumenismo de la sangre” que él ve en la forma en que cristianos de toda clase son exterminados por hordas anticristianas sin importar si son católicos, evangélicos, ortodoxos, o hasta sectarios de una forma u otra. El odium fidei no hace distinción de credos, basta el nombre de Cristo para ser atacado.

En las regiones donde la sangre aún no llega al río se ve a las claras juntarse los nubarrones de la tormenta en ciernes: las leyes que atacan la moral y la familia tradicionales se multiplican con ferocidad y vehemencia. En algunos países se está creando el precedente legal del así llamado “discurso de odio” por el cual eventualmente se prohibirá la predicación de temas morales dentro de las mismas iglesias. Mi impresión es que pronto será obligatorio cantar loas al homosexualismo, el aborto, el homomonio y otras iniquidades y el que no lo haga será arrojado al horno de fuego como en la historia bíblica de los tres hebreos.

En este contexto internacional, cuando uno menos se lo esperaba, ha surgido en Rusia una voz que se opone al croar maligno del correctismo político: en su reciente discursodando cuenta del estado de la Federación Rusa, su presidente Vladimir Putin, se ha declarado valientemente en contra de la ola de homosexualismo reinante en el planeta. No puedo imaginarme a un político sudamericano o norteamericano que tuviera la convicción de hablar con coraje contra el homosexualismo —o cualquiera de las otras tendencias anticristianas— declarándolo inmoral y defendiendo el uso de la ley para prevenir la disolución moral de la nación. De hecho me cuesta encontrar ejemplos de obispos católicos que hablen con firmeza y busquen los foros públicos para enfrentarse a la abominación desoladora.

Pareciera que a medida que Occidente se separa de sus raíces cristianas, Rusia busca entre las ruinas las suyas. Es que ellos han sufrido en carne propia la devastación del comunismo. Rusia es un país que se muere ahogado por los males que dejó la difunta Unión Soviética: alcoholismo rampante, abortos que superan el 50% de los nacimientos, enfermedades mentales y congénitas resultantes del uso del alcohol y otras sustancias, sus vastas riquezas y su ambiente devastadas por la incompetencia de comisarios políticos, su juventud sin esperanza quizás el peor de sus males. Yo creo, es mi humilde opinión, que Rusia se ha comenzado a convertir. Para usar las palabras de un famoso y militante ateo: “Los cristianos son una peste pero los peores son los conversos”. Y espero que esta última parte sea aplicable a Rusia, que Vladimir Putin sea la primera chispa de un resurgimiento de la profunda corriente cristiana rusa que ardió de celo evangélico en ese misticismo celestial que conquistó para Cristo las grandes planicies asiáticas desde al Cáucaso hasta Siberia.

Putin ha dejado claro que la verdadera democracia no es simplemente una forma de gobierno sino también una forma de relacionarse respetuosamente con las ideas de los demás. Cuando una minoría impone a otros sus ideas odiosas, se puede decir sin lugar a error que esa conducta es antidemocrática. El elitismo que ignora la sensibilidad moral de la mayoría es una forma de tiranía. Se nos prohíben las procesiones, los pesebres y los Crucifijos, que son queridos al alma de muchos en nuestros pueblos; y en su lugar se nos imponen las marchas de orgullo, los tetazos y la enseñanza del sexo contranatural en las escuelas, todas estas últimas cosas que disgustan a una gran parte del pueblo que no las ha solicitado y mucho menos clamado para que se impongan. Y siguiendo con esa línea de pensamiento, el pueblo ruso aprueba la posición del Presidente Putin y su valiente defensa de los valores cristianos.

Si nuestro Papa y nuestros obispos no consagran a Rusia al Inmaculado Corazón poco podemos hacer nosotros los laicos, pero podemos orar por Rusia y consagrarnos nosotros, acompañando así este incipiente brillo de la luz divina que asoma en el oriente. Podemos repetir con Juan Pablo II la oración levemente modificada al Espíritu Santo: “Espíritu Santo ven y renueva la faz de esta tierra.” Y al decir “esta tierra” Juan Pablo II quiso decir Polonia, así como nosotros queremos decir Argentina, Uruguay, Chile o cualquiera de las naciones americanas a las que pertenecemos.

A medida que la batalla crece en intensidad y la oscuridad se extiende sobre la tierra oremos para que todos los cristianos vuelvan a Roma al trono de gracia que Jesús le dio a Pedro. Oremos junto con Jesús para que la fe de Pedro no falle y pueda valientemente consagrar a Rusia al Inmaculado Corazón de María en forma exclusiva y en unión con todos los obispos del mundo.

Nuestra Señora de Kazan, ruega por nosotros.