Carlos Caso-Rosendi
Hace ya algún tiempo que no me cruzaba con alguno de esos protestantes sabelotodo que son capaces de producir dos errores con una sola palabra. Por ahí surgió uno hoy condenando, claro está, las “tradiciones de hombres” contra las cuales Cristo se pronunció firmemente. Y como nuestros hermanos separados no están acostumbrados al rigor en materia de análisis y mucho menos en asuntos teológicos, en el espíritu de paz con los pobrecitos que el buen Papa Francisco me trata de enseñar, le pregunté al hermano: “Pero dígame buen hombre ¿es que hay otro tipo de tradiciones que no sean de hombres? Y no me diga que hay tradiciones de mujeres, o de niños porque no creo que el Señor se refiriera a ésas”. Lo ví hacer un gesto, un fruncimiento de entrecejo que indicaba que estaba quemando combustible mental a barril por segundo y agregué: “Si el Señor especificó que las tradiciones de hombres son las que no hay que seguir, entonces debe ser que hay otras tradiciones, presumiblemente otras que no son de hombres y que los buenos seguidores de Cristo deben seguir”. Y ahí vino mi tren y nos despedimos hasta la próxima de nuestras charlas de andén. Mientras viajaba hacia casa luego de un largo día en la capital, seguí meditando en el tema y ahora comparto algunas cosas que florecieron bajo mi vetusta calva durante el viaje.
Las cosas claras son las que mejor se aprenden y esto de la Sagrada Tradición es una de las cosas más claras que la Iglesia tiene. Esto no es de ninguna manera opuesto al estudio de la Biblia, que son las Sagradas Escrituras, esas que la Iglesia viene citando y estudiando ya por más de veinte siglos. No dejemos que la supina ignorancia del católico medio nos engañe, pues para ser católico uno no tiene que memorizar textos bíblicos, eso no es lo básico. Para ser católico hay que tener ante todo una buena y santa conciencia. El resto sigue a eso. Para el católico las Sagradas Escrituras son algo como el aire que está en todos lados a nuestro alrededor pero que no necesariamente tenemos en mente hasta que nos falta. Pero comenzando por el principio digamos que, hablando históricamente, el mismo canon de las Escrituras es producto de la Sagrada Tradición, esa tradición buena que Cristo oblicuamente sugiere cuando nos dice que no sigamos la tradición mala. Una vez definido el canon no surge -lo digo de nuevo- no surge la necesidad de oponer Tradición y Escritura. De hecho se requiere de la Tradición que esté en completo acuerdo con la evidencia canónica textual, otra forma de decir: las Escrituras. Por ese simple motivo la postura protestante resulta ser una falsa opción. No se trata de elegir entre una y otra porque ambas emergen de la misma verdad y en nada se contradicen. Cuando emerge una contradicción aparente no hay razón alguna para preocuparse. Un análisis riguroso revelará siempre que nos equivocamos al creer que algo fallaba. Así ha sido probada vez tras vez la relación entre Escritura y Tradición, no por un tiempo, sino ya por veinte siglos.
Nuestra Iglesia no fue fundada sobre la Biblia, ni sobre la Tradición tampoco. Nuestra Iglesia fue fundada sobre la persona de Cristo y especialmente sobre su persona resucitada tres días después del Calvario. Si le damos reverencia a la Tradición y a la Escritura es porque por ellas, los hombres que no vieron a Cristo en la Cruz pueden verlo ahora al abrir esas dos puertas que les llevan a El. Eso en buen castizo significa que por Escritura y Tradición aprendemos a ser como Cristo. El resto es cartón pintado. Saber de Cristo no es suficiente —el Diablo sabe mucho más de Cristo que nadie y si ve a Cristo sale corriendo— lo bueno, lo que sirve, es conocer a Cristo e imitarlo en todo. Creo que en eso anda nuestro Papa Francisco que seguirá viviendo ante el mundo su papel de alter Christus hasta que nos entre en la cabezota que tenemos que comenzar a ser como El nos dijo: “Vosotros sois mis amigos si hacéis yo os mando” (Juan 15,14). Menuda condición pero no deja de ser bien clara y justa.
En esto de la Tradición, en mi reciente estadía en Argentina he podido notar algo que me llenó de tristeza. Hay quienes oponen una supuesta adherencia a la Sagrada Tradición, ya no a la Escritura como los protestantes, sino a la Iglesia misma. Con uno de estossupertradicionalistas tuve una conversación en la que el hombre, con toda sinceridad, me explicaba por qué Francisco pudiera ser un antipapa, etc. Atado a todo eso me presentaba las razones por las que la Misa del Novus Ordo era en realidad una falsa misa promovida por fuerzas oscuras, etc. Fracasé en tratar de mostrarle que su postura era muy similar a la de los protestantes. Nadie hace una revolución sin declarar primero que es un restaurador de lo auténtico. Pero con esa proposición viene adosada la piedra de molino: que lo presente ha sido corrompido y por lo tanto es inauténtico. Y ahí está el quid de la cuestión. Porque Cristo mismo nos ha dicho que nadie puede saquear el tesoro de un hombre fuerte a menos que se ate al fuerte primero (Mateo 12, 29; Marcos 3,27). Y si alguien ha entrado en la Iglesia y ha atado a nuestro Dios sometiéndolo a presenciar impotente el saqueo de su más valioso tesoro … entonces ha pasado lo imposible y es inútil ya insistir en la fe. Todo ha fallado y el mundo está completamente dado vuelta como en esa escena terrible en El hombre que fue Jueves de Chesterton: el momento en que Syme se da cuenta que el Anarquista Domingo y el Jefe de Policía son la misma persona y la oscuridad se cierne sobre el mundo entero.
El caso que relato no es nuevo. Fueron los fariseos los que cayeron primero en la trampa. Sus tradiciones estaban diseñadas para mantener el error fuera del perímetro protector que rodeaba a la nación. Tan escrupulosamente se concentraron en mantenerse puros que la impureza los madrugó y en vez de conservar la nación, la perdieron. Y junto con ella el Templo, el sacerdocio levítico, los sacrificios, su libertad … todo se fue encadenado en las galeras romanas o ardió hasta las cenizas. La idea original era preservar la nación para que el Mesías la encontrara pura, pero el Mesías vino y no necesito recordar aquí lo que hicieron con El. “Astucia humana, víctima de tus propias invenciones, eres tan desastrosamente creativa”. (Amores, de Ovidio, libro tercero).
Hemos descubierto un paralelo entre ese nacionalismo feroz de los fariseos y sus tradiciones tan falsas como optimistas, su astucia mecánica de querer arrastrar a Dios a un contrato que les diera la victoria. Mientras Dios firmaba el contrato por la salvación del hombre con su propia sangre, los pobres supertradicionalistas de los tiempos de Cristo exclamaban “mejor es que un hombre muera por el pueblo y no que el pueblo perezca por causa de un hombre” (Juan 18,14). Y es que temían que los romanos vinieran y les quemaran el Templo y la ciudad. Crucificando al Mesías se aseguraron justamente de que los romanos vinieran y les quemaran el Templo y la ciudad.
Encuentro que las críticas supertradicionalistas a Francisco bajan por la misma pendiente. Los fariseos soñaban con derrotar a Roma a la que veían degradada y frágil. Jesús en cambio veía a Roma como un fruto maduro a punto de caer en sus manos. Sólo le tomó tres siglos al Mesías conquistar para sí el Mons Vaticanus de Roma, el monte de los vaticinios donde los profetas romanos, los augures pronunciaban sus sagradas profecías o vaticinia. Allí en ese lugar sagrado para los romanos estaba la puerta por la que Pedro entró al cielo. Allí, en el Vaticano de hoy, visten los obispos del Mesías la púrpura real del viejo imperio. Y como buen guerrero semita, el Mesías se cuidó de cortarle la lengua al César vencido: hoy la lengua de los Césares sólo se habla oficialmente en la Iglesia que también se quedó con el nombre de Romana.
¿Y que pasó con los fariseos? Lo que pasa siempre con los que se salen de su puesto en medio de la batalla. Nunca más volvieron y persiste su fama de mentecatos bien intencionados y demasiado astutos para su propio bien. Mejor hubiera sido que se acercaran a su Señor y los sanara, pero, ¡ay! su casa quedó abandonada a sus propias fuerzas y la realidad los embistió borrándolos para siempre del mapa.
Sic semper. Siempre es así la suerte de quienes no entienden el peligro que encierran las falsas opciones.