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Carlos Caso-Rosendi

El apologista británico C. S. Lewis escribe en The Screwtape Letters (Cartas del Diablo a su Sobrino) sobre la lógica de la tentación desde el punto de vista de un demonio llamado Screwtape. El autor pone en palabras el siguiente principio infernal: que Dios reclama para Sí la soberanía de todas las cosas simplemente porque El las ha creado. En tanto el demonio reclama que se aplique el principio opuesto, que las cosas pertenezcan no a quien las ha hecho, sino a quien las conquista para sí por cualquier medio. La respuesta de Dios, en labios de Jesús le da la razón a ambos: “En el mundo tendréis tribulación pero no os preocupéis, Yo he vencido al mundo”. Dios propone batalla y vence el intento de conquista del enemigo. Ahora Dios, habiendo vencido, es soberano del mundo por derecho al haberlo creado y también por haberlo conquistado. Si bien es cierto que el que conquista el mundo lo hace a costa de su alma, hay Uno solamente que da su alma para conquistar al mundo y logra vencerlo.

Esa parte de la frase “tendréis tribulación” pareciera indicar que a nosotros también nos toca pelear en la batalla. El Padre Pío de Pietrelcina tuvo un sueño recurrente durante muchos años. Soñaba que Jesús, en la cima de una montaña, le entregaba una espada y el pobre Pío debía bajar a un valle donde el demonio, en la forma de una bestia inmensa, le esperaba para darle batalla. Pío debía luchar con la bestia toda la noche y siempre vencía justo al tiempo del amanecer. Con los años el sueño se repetía con la siguiente variante: la bestia era cada noche más grande y la espada se hacía cada vez más pequeña. La última vez que Pío tuvo ese sueño, Cristo no le dió una espada y le pidió que luchara solamente con sus manos. La bestia, ahora inmensa fue derrotada esa noche y el sueño no se repitió nunca más. Pío había logrado conquistar su parte con la ayuda del Señor.

A nosotros nos toca luchar de forma parecida. Primeramente por nuestro corazón que es el campo de batalla donde la lucha es más frecuente. En la predicación del Evangelio la lidia no se limita al corazón de los hombres, a todos nos toca un pedacito de ese ancho campo de batalla que es el mundo entero y que contiene todas las almas de la humanidad.

En este momento, hay una serie de frentes en que los principios cristianos se enfrentan claramente al mundo que las fuerzas del mal desean imponernos. En un tiempo era un imaginario “paraíso de los trabajadores” pero ahora es, más realísticamente, una especie de sangrienta Sodoma global.

El sólo pensamiento de conquistar el mundo es suficiente como para arrugar el corazón de los más prudentes. La batalla no es para los flojos y la ganan siempre aquellos para quienes la derrota no figura en ninguna lista de opciones. El problema es ¿cómo hago yo para enfrentarme con mis pobres fuerzas humanas a este Leviatán que se alza gigantesco sobre el horizonte del mundo? ¿Cómo puedo batallar por la felicidad del género humano?

Yo creo que la respuesta está en el sueño de Pío. Los reyes de Canaán razonan contra los israelitas lo siguiente: “Su Dios Yavé es un Dios de montañas” y por eso tratan de llevar a los israelitas a pelear al llano. Esa colina en la que Cristo encuentra al Padre Pío es la montañita que late en el centro de nuestro pecho, nuestro corazón. Si está asegurada por Jesús, entonces la lucha contra la bestia, por enorme que sea, será ganada aunque debamos descender al valle con pocas fuerzas y menos armas. El derecho de conquista se establece conquistando. No hay tal cosa como un “ganador moral” que no sea también ganador en los hechos.

Sin embargo, en mi caso (y sospecho que no soy el único) voy a la batalla sabiendo que dentro de mi corazón hay muchas cosas por resolver. Sé de mis pasiones, mis cobardías y de lo flojas que son mis ganas de batallar. He conocido la derrota y sé muy bien que no soy invencible ante este enemigo mucho más viejo, más artero y experimentado que yo.

Sin embargo, sobre esa colina está parado Jesús. La Eucaristía, que es Su Corazón, conquista poco a poco el terreno de mi corazón y no se dará por vencido hasta que cada fibra de mi corazón sea idéntica a las fibras del suyo. Es a El que debemos rendirnos, paradójicamente, para lograr la victoria contra el enemigo de ambos.

Contrapuesto al Padre Pío, hace muchos años hablaba con un amigo, converso católico que iba a votar en su país por un gobierno de corte progresista. Adujo que ellos le iban a “dar” a su hijo el dinero para obtener su primera casa (entre otras cosas). De poco sirvió recordarle que los gobiernos no “dan” nada que no le hayan quitado a alguien primero. Mi amigo votó por lo que su corazón ansiaba y con el voto le dio impulso a una serie de leyes anti-vida que vinieron adosadas a “la casita” que le iban a dar a su hijo. La casita no llegó, pero sí llegó una deuda nacional desastrosa que ahora anega al país que se debate apretado por la banca internacional y donde la gente pierde sus casas y todas sus posesiones por primera vez en la historia. No hubo ventaja alguna en entregar el corazón al enemigo, al final se perdió todo. Me viene a la mente la otra máxima de Jesús: “Sin Mí no podéis hacer nada” y luego la muy verdadera contrapartida: con Cristo todo se puede lograr.

Rendir el corazón a Cristo es lo primero. Habiendo El tomado esa colina, el resto del mundo cae en nuestras manos como fruta madura.