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Vademécum de Apologética Católica

La Iglesia puede ser definida como la unión de los fieles en todo el mundo. Es una comunidad de creyentes que forman el Reino de Dios en la tierra, y conforman el Cuerpo Místico de Cristo. La palabra griega έκκλησία (ékklesía) que se traduce “Iglesia” puede ser entendida como “aquellos que son llamados.” Con eso se hace referencia al llamado de Dios para todos los hombres: “Arrepentíos y creed en el Evangelio.” Es notable que ninguna de estas definiciones dejan lugar para una división. Esto es porque la Iglesia debe reflejar la unidad de Dios en la Santísima Trinidad.

Juan 17: 17-23 — Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad. No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno – yo en ellos y tú en mí – para que su unión sea perfecta y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé como tú me amaste.

Se entiende claramente que la autoridad conferida por Cristo a la Iglesia y la unión perfecta de la Iglesia con Cristo, tienen un objetivo: que el mundo crea en Cristo. Desde el Concilio de Trento, la Iglesia Católica se define como la unión de todos los que profesan la misma fe en Jesús, participando en los Sacramentos, en obediencia al Pontífice Romano que representa a Cristo en la Tierra, en unión con los obispos de todo el mundo.

La definición de Trento excluye a los apóstatas, herejes, y cismáticos que rehúsan someterse a la autoridad del Papa. El Concilio Vaticano II reconoció la perfección de esta realidad en aquellos que están en unión completa con la Iglesia Católica. Al mismo tiempo el Concilio indicó que — en forma menos perfecta — la definición incluye a todos aquellos que, siendo bautizados, profesan la fe en Jesucristo y por lo tanto “pertenecen al Señor.”

Sin embargo, Cristo no creó una “denominación cristiana.” Los numerosos grupos cristianos que vemos hoy en el mundo no pueden ser considerados un todo que refleja la unidad de Dios en la Santísima Trinidad; o el Reino de Dios que es uno y último; ni el Cuerpo de Cristo, que no puede existir dividido.

La Iglesia Católica enseña, gobierna, y santifica por medio de la autoridad conferida por Cristo mismo a sus Obispos. La misión principal de la Iglesia es usar ese don de Dios para la salvación de la humanidad. Aquellos que rechazan la autoridad de la Iglesia Católica ponen en peligro mortal la salvación de sus almas.

La autoridad de la Iglesia viene de Cristo

Los Evangelios muestran que Cristo creó su Iglesia para dar testimonio de sí mismo y de su enseñanza a toda la humanidad. El prometió asistir y guiar a su Iglesia para siempre y proveer lo que la Iglesia necesita para cumplir su misión. El enseñó asimismo que el compromiso de completar esta tarea debe ser total. El trabajo que Cristo le da a la Iglesia es el más importante de todos los tiempos y debe ser llevado a cabo sin demora. De la misma manera que Cristo dio todo de sí para el avance del Evangelio, hasta el punto de sacrificar su propia vida terrenal; Dios espera que nosotros – como Iglesia – hagamos lo mismo.

Lucas 9: 57-62 — Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: “¡Te seguiré adonde vayas!” Jesús le respondió: “Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.” Y dijo a otro: “Sígueme.” El respondió: “Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre.” Pero Jesús le respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve y anuncia el Reino de Dios.” Otro le dijo: “Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos.” Jesús le respondió: “El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios.”

En la primera parte de esta enseñanza, Jesús habla de la vocación apostólica, indicando cuán importante es estar dedicado completamente a la proclamación del Evangelio sin ninguna reserva. Al hacerlo Jesús manifiesta su divina autoridad para demandar una dedicación total de aquellos hombres que El selecciona para la misión.

Lucas 10: 1-9 — Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rogad al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.” ¡Id! Yo os envío como a ovejas en medio de lobos. No llevéis dinero, ni alforja, ni calzado, y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Al entrar en una casa, decid primero: “¡Descienda la paz sobre esta casa!” Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a vosotros. Permaneced en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el trabajador merece su salario. No vayáis de casa en casa. En las ciudades donde entréis y seáis recibidos, comed lo que os sirvan; curad a sus enfermos y declarad a la gente: “El Reino de Dios se ha acercado.”

Más tarde Jesús comisionó a setenta hombres para dar testimonio al pueblo de Judea. Esos hombres pueden ser considerados un modelo profético de la Iglesia, que luego enviada al mundo con la misión de declarar el Evangelio.

Lucas 10: 10-16 — Pero en todas las ciudades donde entréis y no os reciban, salid a las plazas y decid: ¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido a nuestros pies, lo sacudimos sobre vosotros! Sabed, sin embargo, que el Reino de Dios está cerca”. Os aseguro que en aquel día, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad. ¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre vosotros, hace tiempo que se habrían convertido, en saco y ceniza. Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas con menos rigor que vosotros. Y tú, Capernaúm, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. El que a vsotros escucha, a mí escucha; el que a vosotros rechaza, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a aquel que me envió.”

Jesús concluye con una severa advertencia sobre las consecuencias de rechazar su mensaje: “El que a vosotros escucha, a mí me escucha; el que os rechaza a vosotros, a mí me rechaza; y el que me rechaza a mí, rechaza a Aquel que me envió.” Así es en escencia como la Iglesia recibe su autoridad de Cristo mismo. De acuerdo con las Sagradas Escrituras la autoridad de la Iglesia es de origen divino. Aquí Cristo ora a Dios Padre:

Juan 17: 17-19 — Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad. Como tú me enviaste al mundo, yo los envío también al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.

Cristo hizo a la Iglesia mater et magistra, madre y maestra. Como madre ella tiene la autoridad y la responsabilidad de nutrir y guiar al rebaño de Cristo en la verdad.

Mateo 28: 18-20 — Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: “Me ha sido dada toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que os he mandado. Y os aseguro que estaré con vosotros siempre, hasta el fin de la era.”

Como maestra, la Iglesia tiene el deber de enseñar la verdad de Cristo a aquellos que buscan conocerle y obedecerle. La Iglesia gobierna y santifica con la autoridad que Cristo le ha dado.

Hechos 1: 12-26 — Entonces regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, situado cierta distancia de la ciudad. Cuando llegaron, subieron al lugar donde se alojaban. Estaban allí Pedro, Juan, Jacobo, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hijo de Jacobo. Todos, en un mismo espíritu, se dedicaban a la oración, junto con las mujeres y con los hermanos de Jesús y su madre María. Por aquellos días Pedro se puso de pie en medio de los creyentes, que eran un grupo como de ciento veinte personas, y les dijo: “Hermanos, tenía que cumplirse la Escritura que, por boca de David, había predicho el Espíritu Santo en cuanto a Judas, el que sirvió de guía a los que arrestaron a Jesús. Judas se contaba entre los nuestros y participaba en nuestro ministerio. Con la paga obtenida por su crimen, Judas compró un terreno; allí cayó de cabeza, se reventó, y se le salieron las vísceras. Todos en Jerusalén se enteraron de ello, así que aquel terreno fue llamado Aquéldama, que en su propio idioma quiere decir ‘Campo de Sangre.’” Continuó Pedro: “Porque en el libro de los Salmos está escrito: ‘Que su lugar quede desierto y que nadie lo habite” También está escrito: ‘Que otro se haga cargo de su puesto.’ Por tanto, es preciso que se una a nosotros un testigo de la resurrección, uno de los que nos acompañaban todo el tiempo que el Señor Jesús moró entre nosotros, desde que Juan bautizaba hasta el día en que Jesús fue tomado de entre nosotros.” Así que propusieron a dos: a José, llamado Barsabás, apodado el Justo, y a Matías. Y oraron así: “Señor, tú que conoces el corazón de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido para que se haga cargo del servicio apostólico que Judas dejó para irse al lugar que le correspondía.” Luego echaron suertes y fue elegido Matías; que desde entonces fue contado entre los apóstoles.

Usando la autoridad conferida en ellos, los Apóstoles nombraron sucesores para continuar la misión iniciada por Cristo. Inmediatamente después de la Ascensión, se reunieron en el Cenáculo de Jerusalén bajo la dirección de Pedro. María de Nazaret, la madre de Jesús, también estaba presente. La primera orden del día fue seleccionar un hombre para reemplazar a Judas Iscariote, de manera que el Cuerpo Apostólico de la Iglesia estuviera completo. Pedro y los otros Apóstoles echaron suertes entre los dos candidatos usando una forma de oráculo común entre los sacerdotes levíticos (ver Samuel 30: 7-8) y así Matías fue elegido para ocupar el puesto vacante. Nótese que ambos candidatos fueron seleccionados porque habían sido testigos de la resurrección de Cristo. Un grupo eclesial formado siglos después de la Resurrección no puede dar un testimonio adecuado de la misma.

2 Corintios 4: 6-7 — Porque el mismo Dios que dijo: “Brille la luz en medio de las tinieblas”, es el que hizo brillar su luz en nuestros corazones para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo.Pero nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios.

Sin embargo en la Iglesia Católica, la Sagrada Tradición guardada “como un tesoro en vasos de barro” guarda el testimonio presencial de los apóstoles sin interrupción alguna.

En el pasaje de Hechos 1: 12-26 queda claro que Pedro toma la iniciativa y dirige a los apóstoles durante el proceso de reemplazo de Judas el traidor. Los obispos de la Iglesia Católica continúan ejerciendo hasta hoy esa autoridad heredada de los apóstoles. La jerarquía de la Iglesia subsistirá hasta el día en que Cristo retorne al mundo en gloria.[1]

La Iglesia tiene autoridad para enseñar doctrina

Cristo prometió permanecer con su Iglesia para siempre, guiándola a través de la presencia y acción del Espíritu Santo. El ora delante de Dios Padre por la fe de Pedro y de sus sucesores.

Lucas 22: 31-32 — ¡Simón, Simón [Pedro], mira que Satanás ha pedido zarandearos como si fuerais trigo! Pero yo he orado por ti, para que tu fe no falle. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, confirma a tus hermanos.

El poder de la oración de Cristo es perfecto y su efectividad está garantizada en la Escrituras:

Santiago 5: 16 — […] La oración del justo es de gran poder y es efectiva.

Como nadie es más perfectamente justo que Jesús, podemos estar seguros que la Iglesia guiada por Pedro y sus sucesores no fallará en enseñar la verdad. La mismísima presencia de Cristo entre nosotros garantiza que la Iglesia cumplirá con su misión.

Mateo 28: 20 — “De cierto os digo, estoy con vosotros hasta la consumación de la era.”

Mateo 16: 18 — “Sobre esta roca edificaré mi Iglesia y los poderes del infierno no prevalecerán contra ella.”

Para la Iglesia es imposible enseñar el error y confundir al pueblo. Las enseñanzas oficiales de la Iglesia son infalibles pero no así las meras opiniones de sus miembros. Cristo enseña cuando los Obispos de la Iglesia enseñan en unidad sobre asuntos de fe, moral y liturgia.

En los primeros días de la Iglesia, los Apóstoles tuvieron que decidir si los paganos conversos estaban obligados a seguir el mandamiento del Antiguo Testamento sobre la circunsición.

Hechos 15: 28-29 — Al Espíritu Santo y a nosotros nos ha parecido bien no imponeros ninguna carga aparte de los siguientes requisitos:   absteneros de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de la carne de animales estrangulados y de fornicación. Bien haréis si evitáis estas cosas.

Los apóstoles ejercen aquí su autoridad magisterial para definir la doctrina de la Iglesia. Al hacerlo están anulando lo registrado en las Escrituras ¡Nada menos que en la Ley de Moisés! No están simplemente haciendo lo que les parece, sino que están atentos a la guía del Espíritu Santo. Dios está decidiendo el asunto por medio de los obispos de la Iglesia.

¡Si los apóstoles no tuvieran la autoridad recibida de Cristo y la asistencia permanente del Espíritu Santo, este pasaje sería prueba de un caso de severa apostasía! Después de este primer ejemplo de la autoridad magisterial de los apóstoles, otros como San Pablo, San Pedro, Santiago, San Judas Tadeo, y San Juan nos dejaron muchas cartas en las que ellos también ejercen la autoridad de enseñar. Las Escrituras no dejan duda que los Apóstoles, con la asistencia del Espíritu Santo, tienen el poder de guiar a la Iglesia a la verdad revelada, aún hasta el punto de nulificar ciertos mandamientos y costumbres del Antiguo Testamento.

Los Obispos de la Iglesia Católica continúan ejerciendo hasta hoy esa autoridad heredada de los Apóstoles. La jerarquía de la Iglesia subsiste hasta el día en que Cristo retorne al mundo en gloria.

 


[1] Ver el capítulo El Papado de Pedro en el Nuevo Vademécum de Apologética Católica.