al-centro-de-la-tormenta

Carlos Caso-Rosendi

Mientras leía el libro de Ester mi atención cayó sobre un par de versículos en los que nunca había reparado antes. Esos versos están en la introducción a la historia de Ester y Mardoqueo:

“¡Oíd voces, alborotos y confusión, truenos y terremotos y turbación sobre la tierra! Ví a dos grandes dragones combatir uno contra otro. Oyendo su grito se alborotaron todas las naciones para hacer guerra contra la nación de los justos. Fue aquel día un día de tinieblas, de peligros, de tribulación y de angustias, y reinaba grande temor sobre la tierra. Conturbóse la nación de los justos, temerosa de los desastres, y considerándose destinada a la muerte. Clamaron , pues, a Dios, y a su clamor una fuentecilla creció hasta hacerse un grandísimo río que llegó a ser una enorma masa de aguas. Apareció entonces la luz y el sol; y los humildes fueron ensalzados y devoraron a los grandes. Ester, Introducción de la Carta de Mardoqueo, 11:5-11. Straubinger

El libro de Ester cuenta la historia de una conspiración para exterminar al pueblo de Dios. En un sueño, Mardoqueo es prevenido del peligro inminente pero también se le asegura del triunfo final de las fuerzas del bien. El verso que me llamó la atención esta vez fue “una fuentecilla creció hasta hacerse un grandísimo río que llegó a ser una enorma masa de aguas.” Esa figura de un río caudaloso que viene de un pequeño manantial ocurre varias veces en la Biblia. Es el tema del Salmo 46 y Ezequiel también se refiere a eso en el capítulo 47:

“El hombre me trajo de vuelta a la entrada del templo, y vi que brotaba agua por debajo del umbral, en dirección al oriente, que es hacia donde da la fachada del templo. El agua corría por la parte baja del lado derecho del templo, al sur del altar. Luego el hombre me sacó por la puerta del norte, y me hizo dar la vuelta por fuera, hasta la puerta exterior que mira hacia el oriente; y vi que las aguas fluían del lado sur. El hombre salió hacia el oriente con una cuerda en la mano, midió quinientos metros y me hizo cruzar el agua, la cual me llegaba a los tobillos. Luego midió otros quinientos metros y me hizo cruzar el agua, que ahora me llegaba a las rodillas. Midió otros quinientos metros, y me hizo cruzar el agua, que esta vez me llegaba a la cintura. Midió otros quinientos metros, pero la corriente se había convertido ya en un río que yo no podía cruzar. Había crecido tanto que sólo se podía cruzar a nado. Entonces me preguntó: ‘¿Lo has visto, hijo de hombre?’ En seguida me hizo volver a la orilla del río, y al llegar vi que en sus márgenes había muchos árboles. Allí me dijo: ‘Estas aguas fluyen hacia la región oriental, descienden hasta el Arabá, y van a dar al Mar Muerto. Cuando desembocan en ese mar, las aguas se vuelven dulces. Por donde corra este río, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Habrá peces en abundancia porque el agua de este río transformará el agua salada en agua dulce, y todo lo que se mueva en sus aguas vivirá. Junto al río se detendrán los pescadores, desde Engadi hasta Eneglayin, porque allí habrá lugar para secar sus redes. Los peces allí serán tan variados y numerosos como en el mar Mediterráneo. Pero sus pantanos y marismas no tendrán agua dulce, sino que quedarán como salinas. Junto a las orillas del río crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas no se marchitarán, y siempre tendrán frutos. Cada mes darán frutos nuevos, porque el agua que los riega sale del templo. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas serán curativas.’” Ezequiel 47:1-12 NIV

A su tiempo la visión de Ezequiel nos recuerda al Apocalipsis de San Juan en donde se describe un río similar al final del libro de la Revelación o Apocalipsis:

“Luego el ángel me mostró un río de agua de vida, claro como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, 2 y corría por el centro de la calle principal de la ciudad. A cada lado del río estaba el árbol de la vida, que produce doce cosechas al año, una por mes; y las hojas del árbol son para la curación de las naciones.” Apocalipsis 22:1-2 NIV

Ese último pasaje parece indicar que el propósito de este río es curar a la humanidad al final de los tiempos. Por analogía, las imágenes parecen prefigurar el Sacramento del Bautismo que cura al alma humana de las heridas del pecado original, sin embargo creo que hay una curación muy amplia prefigurada aquí. Los ríos se mencionan desde el principio en muchas partes de la Biblia. Dos ríos riegan el jardín del Edén, los hebreos deben cruzar el Jordán para entrar en la Tierra Prometida, Naamán el asirio debe bañarse siete veces en ese río para curarse de la lepra, Cristo es bautizado en el Jordán por Juan el Bautista y así por el estilo. El río en estas visiones es diferente de todos los otros ríos que se mencionan en las Escrituras porque fluye desde el Templo de Dios. Este es un río que fluye desde la Fuente de la Vida, Dios mismo.

¿Por qué pienso que la curación se completa al final de los tiempos? Primeramente porque es lógico que las naciones del mundo no van a ser curadas antes de que se sometan a la voluntad de Dios. Sabemos que eso es lo que el Cordero de Dios lleva a cabo cuando conquista el mundo, y esa conquista ocurre al final de los tiempos. Así que las naciones de este mundo, como Naamán el asirio, deben someterse humildemente al Dios de los Cielos antes de ser curadas.

Ezequiel ve el río fluir cruzando el desierto hasta el Mar Muerto así como el Jordán, dando vida al paisaje y transformando todo, haciendo que abunde la vida. Se mencionan dos pequeñas ciudades ubicadas en costas opuestas del Mar Muerto: Engadi y Eneglayin. Después de la transformación, dice Ezequiel, hay abundancia de peces en el mar entre estas dos ciudades. San Agustín de Hipona se tomó la molestia de sumar el valor numérico de las letras hebreas que componen los nombres originales de estas dos poblaciones. [1] Estos suman 153 que es coincidentalmente la cantidad de peces que los discípulos recogieron cuando Jesús les ordenó arrojar las redes a estribor después que habían pasado la noche pescando sin poder hallar nada. Juan 21:11.

Ahora nuestra imagen está tomando forma. Esto es definitivamente al fin de los tiempos y también un gran signo de esperanza en el triunfo del Evangelio ¿Por qué?

Muy a menudo Nuestro Señor comparó la evangelización del mundo a la pesca. De hecho eligió a Pedro, un pescador, para conducir a la Iglesia desde el principio. Estos pasajes tienen muchos detalles abiertos a la interpretación pero nos concentraremos en estas aguas milagrosamente curativas que hacen que el Mar Muerto se llene de peces. Mientras hacemos esto, no olvidemos la conexión que San Agustín estableció entre la sanación de las aguas descriptas por Ezequiel y el encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos al amanecer en la costa del Mar de Galilea.

En mi opinión, la abundancia de peces predice la abundancia de almas que entran a la Iglesia en busca de curación al final de los tiempos. La imagen sugiere con fuerza que habrá un triunfo masivo del Evangelio con muchas conversiones. Me recuerda también a la conversión de Nínive después de la predicación de Jonás. Otra conexión coincidentalmente parece apuntar a eso: antes de ser llamado Pedro, nuestro primer Papa se llamaba Simón bar Jonás.

Y hay otra conexión papal:

“No fue por un designio externo o humano que nuestro querido Benedicto XVI abdicara el 11 de febrero de 2013 en el aniversario de las apariciones de Lourdes por las cuales muchas curaciones milagrosas se han hecho efectivas. El Señor nos dice así que El está trabajando para curar a la Iglesia.” [2]

Lourdes es conocida por su manantial milagroso. La ubicación del manantial fue revelada a la B. Bernadette Soubirous en una aparición de Nuestra Señora el 25 de febrero de 1858. Aunque la Iglesia nunca la ha aprobado formalmente, el agua de Lourdes ha llegado a se un elemento importante en la devoción de los fieles a Nuestra Señora de Lourdes. Desde aquellos días mucha gente ha sido curada al beberla o al bañarse en ella. El Papa Benedicto XVI visitó Lourdes para la celebración del 150moaniversario de las apariciones y después en 2013, abdicó en la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes. A mí eso me pareció un signo de que el período que se inició con la abdicación del Papa Benedicto resultaría eventualmente en la curación de las muchas heridas causadas a la Iglesia tanto por sus enemigos como por sus hijos infieles.

En estos días nos acercamos al centro de la tormenta que ha estado sacudiendo a la Iglesia por un largo tiempo. Mardoqueo lo vio en su sueño: “¡Oíd voces, alborotos y confusión, truenos y terremotos y turbación sobre la tierra!” Creo que no deberíamos olvidar el río al final de la visión de Mardoqueo porque ese es el río curativo que también describen el profeta Ezequiel y San Juan. La tormenta va a soplar con fuerza, la oscuridad y la confusión nos van a rodear por un tiempo. Y aún así no debemos olvidar que, al final de ese tiempo de angustia ocurre la curación de la Iglesia y de las naciones. Eso significa que cada cristiano tendrá que participar en un enorme esfuerzo de catequización, una red tan cargada de peces que parecerá reventar bajo el peso de la pesca. Esa gozosa esperanza nos ayudará a perseverar a través de la tormenta.

“Cuando comiencen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación.” Palabras de Jesús en El Evangelio Según San Lucas 21:28.


NOTAS

[1] San Agustín usa los valores numéricos de las letras hebreas una práctica común entre los estudiosos judíos (gematria). Como no hay números en el hebreo bíblico es por eso que las letras son usadas como números. De este modo cada palabra representa un “total” que es la suma de todos su caracteres. San Agustín observó la significancia del número 153 que es el triangular pitagórico de 17. Eso significa que si se suman los números del 17 al 1 la suma es igual a 153. Esto es decir que 17 + 16 + 15 + 14 +13 + 12 + 10 + … + 1 = 153. La importancia del número 17 parece haber sido observada por San Juan. Las 12 canastas de pan sobrante que resultan de los 5 panecillos de cebada con que Jesús alimenta a los 5.000 suman 17. San Agustín dice que representan los dones del Antiguo y del Nuevo Testamento: los 10 mandamientos y los 7 dones del Espíritu Santo. José el patriarca fue vendido a Egipto por sus hermanos a los 17 años y Jacob vivió en Egipto por 17 años. El libro de los Hechos da una lista de 17 naciones representadas en 2:7-11. Esto parece representar el número de las naciones, así como lo es 70 en otras ocasiones (Génesis 10).
10 x 7 = 70
10 + 7 = 17
La pesca de Pedro de 153 peces parece indicar la abundancia de discípulos reunidos de entre las naciones. Una especie de guiño divino para el lector perspicaz. Nótese también Jeremías 16:16: “Voy a enviar a muchos pescadores —afirma el Señor — y ellos os pescarán.”

153 es también un número pitagórico. No sólo es el triangular de 17 sino que los pitagóricos lo consideraban un número único ya que 153  es la suma de los cubos de sus propios dígitos (1x1x1 + 5x5x5 + 3x3x3 = 153).

[2] Citado de Love through the TempestTRADUCCION DEL AUTOR.