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Carlos Caso-Rosendi

Hace ya algun tiempo tuve oportunidad de traducir al idioma inglés un preciso artículo del R.P. Horacio Bojorge. En el artículo, el estudioso jesuita completa un análisis contundente del liberalismo como pecado, como rebelión contra toda paternidad y especialmente contra la paternidad divina.

Trabajando y meditando en aquella traducción comprendí que casi todo el espectro político es liberal: hay liberales «progresivos» a la izquierda y liberales «conservadores» a la derecha pero pocos hay parados fuera de esa platea inmensa que es el liberalismo general que ha caracterizado crecientemente a la rebelión modernista nacida hace ya unos quinientos años en Wittenberg. Como era de suponerse, el movimiento del mundo político se ha ido corriendo a la izquierda durante todo el siglo XX imperceptiblemente primero y ahora a pasos agigantados.

Todo comenzó con una rebelión contra el Papa de Roma, rebelión aquella que ya llevaba varios siglos gestándose. Hasta los antiguos herejes admitían la paternidad del Papa, pero una cosa es decir que el Papa estaba equivocado y otra muy diferente es proponer que el Papa es innecesario o nocivo para la fe. Así empezamos y como era de esperarse pronto hubo cabezas que comenzaron a incubar la pregunta «Si somos capaces de cuestionar la autoridad del Papa ¿por qué no cuestionar la autoridad del príncipe o del rey?» La corrida barranca abajo la conocemos bien. No mucho más tarde John Locke propuso, no sin cierta cortesía, que acabáramos con la reyerta cristiana y termináramos de resolver ese engorroso problema o por lo menos lo redujéramos al ámbito académico de la fe. Había cosas más importantes que hacer como, por ejemplo, sentar las bases para la construcción de una sociedad perfecta. Junto con la paternidad papal se arrojó por la borda la idea cristiana de la sociedad caída en vías de redención. Ahora el hombre era su propio redentor, constructor de su propio paraíso, en ascenso constante desde los pantanos prehistóricos tratando de alcanzar las mismísimas estrellas.

Esa mentalidad, nacida del deseo libertino de sacarse de encima a Dios, dio a luz a varios vástagos entre los cuales se destacan la sangrienta revolución francesa, el socialismo, el comunismo y las democracias liberales europeas. Todas ellas continuaron la guerra contra la paternidad y para la Gran Guerra de 1914 lograron imponer su voluntad sobre la mayoría de las testas coronadas de Europa. Si algun monarca sobrevivió tuvo que pagar su supervivencia con la emasculación total de su soberanía. Desde entonces los reyes europeos no son más que figurones que desfilan y aparecen en el balcón de un palacio cuando no están apareciendo en las revistas de escandaletes para entretener a los súbditos con sus corrompidas costumbres.

Para 1939 la familia liberal atravesaba su primera gresca. El capitalismo liberal, el comunismo y el fascismo trataron de eliminarse unos a otros en una conflicto que envolvió al mundo entero. Militarmente hubo vencedores, vencidos y meros sobrevivientes pero en realidad nadie ganó. El comunismo agonizó herido de muerte por cincuenta años y finalmente fue desmantelado incluído aquel camarada ministro a cargo de la producción de bragas y medias de nylon que nunca pudo resolver el problema de abastecer las necesidades del mercado interno femenino de la Unión Soviética. Me imagino que el pobre tipo se debe haber sentido aliviado al ver llegar el fin de su ignominiosa gestión de manera tan inesperada.

El fascismo murió sobre la cubierta del USS Missouri y tuvo que enfrentarse a la vergüenza de los juicios de Nüremberg que al fin y al cabo fue mucho menos severa que colgar de los faroles de la estación de trenes en Milán.

El capitalismo craso ya había recibido su golpe mortal en la gran crisis de 1929 y ahora meramente sobrevive parchado de socialismo y abrazado a la esperanza de lograr un sistema financiero mundial que le permita sobrevivir como parásito de las naciones «en desarrollo» que nunca se terminan de desarrollar porque deben cargar con ese gorila de mil kilos que es justamente el capitalismo liberal. El fin de estos cinco siglos de marcha del modernismo no produjo esa sociedad olímpica, esa utopía de feliz libertinaje que sus fundadores soñaran con tanto anhelo. Todo lo contrario. Comenzamos el viaje del modernismo como hijos de Dios y ahora después de quinientos años de laborioso y sangriento «ascenso» hemos llegado a ser las ratas en el laboratorio del nuevo orden mundial. Vivimos en un mundo agresivo, miserable e incómodo; siempre esperando que los medios nos informen del próximo desastre financiero que dilata una vez más la llegada del paraíso hecho por el hombre.

Esta situación, que debiera ser una realidad patente a todo ser humano informado, pasa completamente desapercibida para las ratas del experimento gracias a algo llamado «la prensa» a veces conocido como «los medios de información» que no son medios pues son origen e instrumento de todo tipo de des-información cuyo objeto es mantener a las ratas en la creencia que la utopía está a la vuelta de la próxima curva del camino. Como las tres ranas del Apocalipsis, su croar incesante no deja ni pensar a la gente que eventualmente sucumbe al «pensamiento único» que ya ha invadido toda la cultura y al cual nadie se puede oponer sin pagarlo caro.

Por ejemplo, en la próxima elección en los Estados Unidos, los elementos de desacuerdo entre Obama y Romney son meramente cosméticos. Ambos creen en una economía centralizada y comparten la misma «teoría de control» pero con matices diferentes. El truco del diablo en estos días es la falsa opción. Elegir no tiene importancia pues de todos modos–de una manera o de otra–la sociedad continúa moviéndose contra Dios sea por un flanco o por el otro, con franca agresión o con veladas maniobras que sacan a Dios del discurso público y mantienen firme la idea de que tarde o temprano perfeccionaremos un «sistema» que satisfaga todas las necesidades humanas. Uno no se puede imaginar algo más contrario a las aspiraciones cristianas que no proponen un «sistema» de redención sino más bien una entrega mutua entre Dios y el hombre que nace del amor y de la misericordia divinas y cuyo mayor beneficiario es el hombre mismo redimido, no en una generación aún por venir, sino en el aquí y ahora de la propia realidad de su tiempo.

Estas conclusiones, que honestamente creo centrales a la fe cristiana, hacen que sea más difícil entender la posición de la iglesia católica de los Estados Unidos. Me explico: la iglesia católica americana abrazó el «New Deal» de Roosevelt y sus ideas de una centralización de la economía con el objetivo de establecer firmemente el estado del bienestar con sus programas sociales, actitud igualitaria, etc. En los setenta y tantos años subsiguientes la iglesia americana ignoró o no se dio cuenta que el estado del bienestar era coincidente con la destrucción de la familia y la moral del país. Esta «abolición del hombre» continuó y en 1961 cuando se prohibió orar en las escuelas, la iglesia americana apenas opuso alguna objeción. La idea era que el Partido Demócrata estaba «progresando en el proceso de paliar los males sociales» y la iglesia americana se tragó el anzuelo con tanza y flotador: dejó completamente de luchar y se alineó 100% con el Partido Demócrata a pesar de la creciente filiación de éstos con el socialismo internacional y su promoción incesante del secularismo hostil a la religión.

Con tristeza se debe notar que fueron echadas en saco roto las palabras de León XIII al Cardenal Gibbons: «Por eso, si alguien desea recibir el nombre de católico, debe ser capaz de decir de corazón las mismas palabras que Jerónimo dirigió al Papa Dámaso: ‘Yo, no siguiendo a nadie antes que a Cristo, estoy unido en comunión con Su Santidad, esto es, con la Cátedra de Pedro; sé que la Iglesia ha sido edificada sobre esa piedra y que quien no recoge contigo, desparrama.'» (Testem Benevolentiae, Carta Apostólica de S.S. León XIII al Emmo. Cardenal James Gibbons, sobre el americanismo.) A consecuencia de dejar de atender a Cristo para aliarse con proyectos políticos francamente dudosos, el desparramo no falló en llegar a su debido tiempo…

En 1968 el Partido Demócrata abandonó completamente a la clase trabajadora americana para convertirse en una «alianza de los transgresores y divergentes» incorporando a los movimientos que emergieron con los hippies: liberación sexual, homosexualismo, ambientalismo extremo, abortismo, control de los medios de comunicación para el establecimiento de un consenso forzado, la izquierda académica, etc. La iglesia americana ni se dió cuenta del cambio. Siguieron yendo a los banquetes y recibiendo dinero en sus instituciones que lentamente se llenaban de marxistas y continúan llenas hasta el dia de hoy.

Ahora los elementos progresivos en la política americana que desean reducir a todas las religiones a un nivel casero y externo a las cuestiones de gobierno y externo aún al comentario social… (¿se acuerdan de la propuesta de Locke?) le acaban de poner la daga en la espalda a los obispos dormidos en el «sueño» que comenzó con el «New Deal» de Franklin Delano Roosevelt, continuó con la «Great Society» de Lyndon Johnson y prosiguió hasta llegar al marxismo hostil, irracional y endurecido de Barack Obama.

Se dice a veces que el que cena con el diablo debe usar una cuchara larga. Nuestros obispos americanos, con honrosas pero poquísimas excepciones, compartieron plato y copa y ahora que los tienen agarrados piden al rebaño que los salve por medio del voto en las próximas elecciones presidenciales. Esa inversión de roles es típica de las trampas satánicas. Es que no son los pastores los que deben ser salvados por el rebaño sino todo lo contrario. Este rebaño, desollado ya no confía mucho en sus obispos que han venido repitiendo la línea oficial por tanto tiempo. Votarán este próximo noviembre lo mejor que puedan pero si la esperanza del episcopado es que gane Romney y revierta por decreto la hostilidad anticristiana reinante en el mundo político… vamos mal esperando que un mormón se apiade de los cristianos. Esto va de mal en peor y el que no lo ve es porque no lo quiere ver.

Debemos orar para que Dios nos mande pastores, hombres de coraje, hombres de Cristo. Gente como Mindszenty, Sapieha, Wyschinsky, Wojtyla que se enfrentaron a la gigantesca maquinaria asesina del comunismo y poniendo su confianza en Dios la derrotaron pagando el precio de su rebaño como Cristo lo hizo: con un sacrificio total.

¿Será mucho pedir?