usa-el-gran-giro-del-68

Carlos Caso-Rosendi

Leyendo otro excelente artículo de Christopher Manion ( Authority and Its Discontents) no pude menos que estar de acuerdo. Debo confesar que en un tiempo estuve de acuerdo con Bill Buckley y creía como él que la Iglesia había dejado de enseñar. Mi error consistía en no mirar fuera de los Estados Unidos, a la gran Iglesia universal, católica. Me olvidaba de las palabras del Señor en Mateo 24,45 donde es claro que Jesús nos presenta con aquella pregunta casi retórica: ¿habrá fe cuando El venga de vuelta? Todavía no sé la respuesta exacta pero sospecho que otras palabras de Cristo revelan que habrá fe porque nos habla de un ministro fiel que estará alimentando a su debido tiempo (con la Eucaristía) a los servidores de Dios. Si la gran mayoría del episcopado americano falla en enseñar por simple indiferencia, tibieza, o cobardía… eso no es culpa de la Iglesia en general. Cada uno cargará con su propia responsabilidad.

En el contexto del desarrollo del modernismo ahora podemos ver que en 1968 se produce un cambio dramático. Es que las fuerzas del desatadas por la Reforma Alemana—sin la cual el modernismo nunca hubiera nacido—alcanzaron una especie de clímax de ferocidad y se volvieron en contra de todas las estructuras existentes, esas que que ellos denominaron el «establishment», y de todo lo que ellas representaran aún aquellas estructuras de poder que los mismos modernistas fundaran en la generación anterior.

En el ’68 los elementos del sistema modernista se volvieron así contra las estructuras apenas establecidas unos años antes cuando terminara la furiosa lucha por la dominación mundial en la Segunda Guerra. Fue en ese año que el Partido Demócrata abandonó a la clase trabajadora americana y empezó a incorporar los elementos que lo forman ahora. Así nace esa alianza de intereses especiales (control de la población, abortismo, liberación sexual, ultrafeminismo, etc.) y grupos libertinos (homosexualismo militante, ateísmo, etc.) todos ellos interesados en hacerse sus propias leyes e imponerlas al resto de la humanidad. En mi opinión esa es la manifestación completa del «hombre sin ley» o anticristo que San Pablo describe en 2 Tes. 2, 1-12.

Los católicos americanos de la primera mitad del siglo XX, mayormente inmigrantes irlandeses, polacos e italianos no tuvieron acceso al poder durante el orden americano prevaleciente antes de la llegada de Franklin Delano Roosevelt. El Partido Republicano compuesto entonces de protestantes adinerados de los estados del noreste los rechazó. Aprovechando esa circunstancia muchos católicos fueron hábilmente convencidos de que el Partido Demócrata era el lugar donde se realizarían sus aspiraciones. En esos días era casi sinónimo el ser, por ejemplo, irlandés, católico y demócrata.

Lo que los católicos americanos nunca vieron fue que el «New Deal» estaba introduciendo sutilmente una especie de puritanismo autoritario en la política americana que eventualmente suplantaría al puritanismo meramente moral de la clase gobernante anterior. Este nuevo puritanismo es una variante sin Dios y alcanza su madurez en 1968 cuando cae la careta y se descubren los movimientos que reemplazan al Partido Demócrata tradicional: ambientalistas radicales, pacifistas, homosexualistas, feministas, etc. La actitud de severa condenación de quienes piensan diferente se puede rastrear hasta los puritanos originales que no tenían en ninguna estima a quienes estuvieran fuera de su círculo y que, al menos en un principio, abrigaban ideas radicales sobre la distribución de la tierra y las riquezas. El movimiento hippie y las corrientes progresivas desatadas en el verano de 1968 eran en esencia una «crítica moral» de las costumbres occidentales. La «nueva moral» que generaba esa crítica era una escala de valores sin Dios ni razón, meramente apoyada en vagas apelaciones a los sentimientos más o menos prevalentes en ese grupo. Ese movimiento es tan esencialmente anticatólico como lo habían sido los puritanos originales.

La iglesia americana, habiéndose plegado casi totalmente a las tendencias del New Deal, se demoró en esa compañía por varias décadas y se contaminó con una actitud de desobediencia a Roma y bastante indiferencia doctrinal y moral. La tolerancia de las diversas inclinaciones sexuales emergentes tras la aparición de la píldora anticonceptiva y la ausencia temporal de enfermedades graves transmitidas por contacto sexual, incubaron una forma muy fuerte de desobediencia que continúa afectando las filas del clero y el laicado católico hasta nuestros días. En esencia en 1968 se inaugura un gigantesco acto de desafío a toda paternidad, incluída la mínima paternidad que quedaba en las estructuras del mismísimo modernismo que inspiró el comienzo de la rebelión cinco siglos antes.

Esto es muy útil para comprender algo fundamental: el fin del modernismo ha llegado. No hay tal cosa como el postmodernismo que algunos quieren hacernos ver como la madurez de esta abominación. En realidad, después del modernismo viene la nada, porque nada queda sujeto al modernismo que no perezca. Dios tiene que intervenir para salvar algo con lo que se pueda empezar de nuevo (Mateo 24, 22) porque está en la naturaleza de la cultura de la muerte el producir tanta muerte como sea posible.

El modernismo murió en 1968 pero el cadáver está aún caliente y las cresas que se mueven en él le dan una apariencia macabra de actividad. Pero está muerto y está contaminando el mundo entero con su pestilencia. Si de nuestras fuerzas dependiera caeríamos con él pero Dios tiene otros planes.

Los católicos americanos que decidieron plegarse con el Partido Demócrata hasta el fin hoy se encuentran espiritualmente muertos. Eso lo demuestran las órdenes y grupos religiosos radicales que hoy son apenas colecciones de gerontes en extinción. Lo que se venía era perfectamente predecible pero los progresivos nunca lo entendieron. Algunos de ellos sobreviven disfrazados de una ortodoxia pragmática pero esencialmente desobediente a Roma. Sobran ejemplos. Tarde o temprano esa mentira tiene que ser desplazada por la verdad. Es probable que sólo la violencia de las fuerzas angelicales pueda hacerlo. En mi opinión eso ya está ocurriendo y se puede apreciar la cosecha de tempestades que resulta de la siembra de vientos inciada por la generación del ’68.

Los que ataron su bote al muelle del Partido Demócrata crujirán los dientes. Aún quienes ahora ponen sus esperanzas en una vuelta de los conservadores republicanos van a ser desilusionados. Es un poco tarde para que los obispos encuentren su propia voz y su propio mensaje después de tantos años de ambigüedad y silencio. Puede ser que hayan olvidado de cómo seguir a su Dueño pero ya sabemos que El recibe con misericordia aún a los más endurecidos pecadores: cuando hay arrepentimiento hay esperanza.

Nuestra misión de hoy: preparar líderes para llenar el vacío en este nuevo amanecer de la Iglesia y del mundo en el tercer milenio.