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David Warren

La frase que encabeza este escrito proviene del Syllabus complectens praecipuos nostrae aetatis errores, el Sillabus de Errores cuyo 150mo aniversario también celebramos el pasado 8 de diciembre. Fue publicado con toda intención en el décimo aniversario de la Definición Dogmática de la Inmaculada Concepción — anexado a la encíclica Quanta Cura una magnífica condena de la idea total e incondicional de la “libertad de conciencia” y sus parientes “los derechos humanos”, el “pluralismo”, “la democracia” etc. Fue la respuesta a los gobiernos y movimientos anticlericales que entonces asolaban a Europa. Triunfaron éstos en lo exterior, de manera que hoy, entre los intelectualmente aminorados — incapaces de pensar más allá de los lugares comunes del pensamiento de moda — la contracara de esos argumentos les resulta invisible.

Aún así, tanto entonces como ahora, la intención y los mismos argumentos de la encíclica fueron tergiversados. Al caso: los progenitores ya tenían “derechos” civiles, incluyendo quizás la idea que la educación tuviera que ser laica. Si hubieran querido fundar o sostener escuelas seculares, hubieran podido hacerlo. Pero eso no es lo que los anticlericales estaban haciendo. En lugar de eso expropiaban los bienes de la Iglesia, incluidas las escuelas, las cuales secularizaban por la fuerza.

Los promotores de los “derechos del hombre” siempre han sido totalitarios. Tal como Cristo enseñó, el diablo no solamente es el padre de la mentira sino también, desde el principio, fue asesino. No es casualidad que los grandes revolucionarios y libertadores de la historia estén empapados en sangre, ya que todos han servido al príncipe de este mundo y ha sido visitados por demonios.

Pío IX fue un liberal, o al menos eso era lo que Europa pensaba al tiempo de su elección en junio de 1846: lo llamarían un “liberal moderado” en la jerga política de hoy. Muchos cardenales estuvieron ausentes y el cónclave fue un tanto apresurado para hacerlo Papa antes que algún veto llegara desde Milán o Viena. El fue el último Papa en servir como regente soberano de los Estados Papales en el centro de Italia. Uno de sus primeras acciones como tal fue vaciar los calabozos de prisioneros políticos. Fue como cerrar Guantánamo, ya que no hubo gratitud alguna entre los beneficiados y la mayoría de los reclusos volvieron inmediatamente a la acción como subversivos y terroristas.

Peores cosas vendrían. Pudiéramos hacer responsable a Pío IX por la introducción del ferrocarril en la Italia central y la instalación de la luz eléctrica en Roma. Promulgó muchos otros “adelantos” y “reformas” institucionales en los distritos bajo su gobierno. Esto solamente logró hacer salivar a los progresistas.

Fue Pío IX el que convino el Concilio Vaticano I que terminó, si mi gentil lector recuerda, cuando las botas del Risorgimento marcharon sobre Roma, haciendo que el Papa quedara virtualmente “prisionero en el Vaticano”. También fue él quien definió el dogma de la “infalibilidad papal” que es otra manera de decir que definió los límites de la infalibilidad.

De nuestros papas fue el que más tiempo reinó (treinta y tantos años) lo que explica por qué se había ganado la reputación de reaccionario al tiempo de su deceso. Eso es lo que se dice “entrenarse trabajando”. Sin embargo mucho antes del fin de su reinado había desilusionado a muchos de sus partidarios tempranos al probar que era un Católico creyente con una preocupación obsesiva por la salvación de las almas, sin interés alguno en negociar la doctrina Católica fundamental. Se opuso de frente a las mentiras — tanto filosóficas como teológicas — de las que los opositores de la Iglesia dependían tanto intelectual como espiritualmente. Fue un hombre muy valiente.

El Syllabus de Errores, uno de mis documentos papales favoritos de todos los tiempos. Condena ochenta propuestas que la “buena gente liberal” está lista a dar por sentadas, también nos orienta a los documentos que pueden ser usados para refutarlas. Hay un decidido sabor masculino en esto: no se retiene de exponer los hechos crudos y de usar un lenguaje directo. El documento podría ser vuelto a presentar en el lenguaje de hoy para exponer la fanfarronería de los lemas posmodernos, pero no hay nada en la lista que pudiera abandonarse, nada esencial que debiera obviarse. Porque las idioteces que gobiernan la mente contemporánea han estado con nosotros continuamente desde el Iluminismo y fueron prefiguradas en la Reforma.

Una de las declaraciones no está numerada. Entre los numerales 18 y 19 encontramos una condena total a las “tales pestilencias” en referencia a los socialistas, comunistas, sociedades bíblicas, asociaciones clericales liberales y cosas por el estilo. Es meramente un recordatorio de que hay cucarachas y ratas desparramando la plaga. Las ideas que ellos dispersan son las mismas que se enumeran en el resto del documento pero ese fragmento agrega una advertencia útil de que hay vectores para a esas enfermedades espirituales y sus formas más virulentas.

Gracias al triunfo de la educación laica hoy a los críticos de la Iglesia y de sus enseñanzas — en los medios, en el ámbito académico, las escuelas de derecho, burocracias, y todo otro lugar — quizás le falte la inteligencia crítica de las generaciones pasadas. Pero, es de lamentar, lo mismo pasa con quienes defienden a la Iglesia. Revivir a la Cristiandad requiere la reanimación de aquella batalla de ideas que el Papa Pío IX peleó con tan galante bravura.


David Warren es un reconocido escritor católico canadiense, su columna en inglés se publica regularmente en DELUMEN.ORG.