Roger Kimball
Mi amigo William F. Buckley fallecido en Febrero del 2008 hubiera cumplido hoy sus 84 años. Hoy no quiero meramente evocarlo sino más bien recordar la siempre presente actualidad de lo que sus principales preocupaciones, políticamente hablando.
En el verano de 1951, cuando Bill estaba en sus veintes, escribió un artículo para la revista Human Events en el que alumbró dos peligros fundamentales que amenazaban el ejercicio de la libertad en los Estados Unidos: la amenza externa del imperialismo comunista y la amenaza interna de lo que él llamaba el paternalismo gubernamental.
Yo diría que la caída del coloso soviético no marcó el fin sino la metamorfosis de la amenaza mencionada en primer lugar, que se extiende sobre un campo de acción más amorfo. El segundo peligro, esto obvio para cualquiera que lo quiera ver, se ha ido desarrollando a lo largo de sucesivas crisis. La amenaza del gobierno paternalista es hoy más evidente que nunca, como bien lo puede atestiguar cualquiera que haya tratado de comprar alguno de los productos desauciados por las leyes ambientales o quien haya tenido un encuentro con los representantes de seguridad que revisan a los pasajeros antes de que suban a un avión.
De hecho, el paternalismo gubernamental, también conocido como la equivocada proliferación de reglas burocráticas, el «totalitarismo suave» que Tocqueville describe en su obra sobre el despotismo democrático, está en marcha con tristes y perturbadoras consecuencias para nuestro sistema político.
Sé que Bill Buckley aborrecía todo lo que fuera intrusión de parte del gobierno. Su opinión sobre lo que está pasando en los aeropuertos era aún más crítica que la mía propia. Todo este asunto de dejarse tocar en partes pudendas por un inspector de seguridad del gobierno lo hubiera hecho bramar.
De todos modos creo que Bill hubiera estado satisfecho con lo que pasó en las elecciones parlamentarias de noviembre del 2010. Y también hubiera estado totalmente de acuerdo con lo dicho por Glenn Reynolds en su columna de Mecánica Popular: ¿es legal este atropello? Sí ¿Es algo bueno? Difícilmente.
Reynolds hace algunas buenas observaciones. En primer lugar cita al economista Steven Horowitz quien dice «la insistencia en las inspecciones de seguridad aérea puede costar más vidas de las que salva ya que anima a muchos americanos a viajar en automóvil—lo cual es mucho más peligroso estadísticamente—cuando de otra manera hubieran tomado un avión».
Aún más acertada es esta observación: «la única ocasión en la que fue evitado un ataque terrorista a una nave aérea americana fue en el vuelo 93. Fue el vuelo en Septiembre 11 de 2001 en el que los pasajeros actuaron para evitar el ataque, algo muy diferente al caso del terrorista del zapato explosivo que falló en explotar.»
Reynolds anota que la seguridad siempre ha sido una actividad colectiva y no un asunto meramente de profesionales. Para luchar contra el terrorismo necesitamos que la población esté informada, motivada, vigilante y preparada. No necesitamos que la gente esté harta y se sienta impotente y resentida. Sin embargo nuestros procedimientos de seguridad parecen diseñados más bien para enfurecer a la gente que para protegerla.
De ese comentario se entiende que el terrorismo es una amenaza dispersa, difícil de detectar, constantemente en evolución. Solo puede ser contrarrestada por algo que es a su vez disperso, capaz de reorientarse rápidamente y dedicado a resolver la situación. Afortunadamente tenemos algo así. Se llama democracia. Usémosla.
Sí amigos, usémosla si no queremos perderla. Estamos en una encrucijada. Las elecciones de noviembre demostraron que no nos dejaremos arrear como ovejas a un estado de servidumbre. Esperemos que una buena cantidad de ciudadanos presten atención al consejo de Bill Buckley que data ya de 1959:
«¿Cuál es el curso a tomar? ¿Qué deberemos hacer? Llamémoslo el programa del NO. Esto es un esfuerzo constante por mantener en todo momento posible la libertad del individuo de adquirir posesiones y disponer de ellas como mejor le parezca. Debemos enfrentar problemas como el desempleo en forma local, poniendo la responsabilidad política y humanitaria en la unidad política más pequeña posible. No le daré más poder al estado, ni a las corporaciones, ni a las financieras. Seré amarrete con el poder que tengo y resistiré cualquier esfuerzo por sacármelo. Usaré mi poder como mejor me parezca. Quiero decir que viviré mi vida como un hombre obediente a las leyes pero por sobre todo obediente a Dios, sirviente de la sabiduría de mis antepasados, jamás sirviendo a la autoridad de verdades políticas recién llegadas ayer en la última votación.»
A eso solo puedo agregar: Amén.