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Carlos Caso-Rosendi

Yo creo -y supongo que la Iglesia cree también-que Dios escribe en el palimpsesto de la historia un mensaje que solo ciertos profetas pueden ver. El mensaje está escrito sin tinta y sin tiza. En realidad está escrito con elementos que solamente Dios puede usar para escribir. Creo también que de alguna manera, así como la historia de Israel contiene una teología cuyo resultado real es Cristo; así también el mundo entero contiene en su esencia una enseñanza teológica que todos los que viven perciben en mayor o menor parte pero cuyo resultado será Cristo.

El evangelio de los hebreos comienza en una colina de Caldea cuando un hombre misteriosamente elegido oye la invitación de Dios que le dice «ven a esta tierra que yo te mostraré» y comienza un largo peregrinaje entre la medialuna fértil y el norte de Africa apenas deteniéndose a ver la tierra que Dios le promete ya no a él, sino a su descendencia.

De esa forma, la posesión de la tierra y la habilidad para reproducir el propio ser en una descendencia quedan atados a un imposible pues la tierra prometida al hebreo está ocupada por guerreros duros y sanguinarios, gente con un corazón de piedra, gente inclinada a la práctica del mal. Y para hacer las cosas aún más absolutamente terribles Abraham ya ha pasado la edad de procrear y también su amor, Sara ha envejecido. Ambos se encuentran en el ocaso de sus vidas.

De todo ese sinsentido nacen dos niños Ishmail y Yitzaak. Ishmail significa «Dios escucha» pero Yitzaak significa «risa» y en esto los rabinos de Israel siempre juzgaron que Yitzaak debe haber sido tonto y quizás se reía sin motivo alguno, como ciertos débiles mentales lo hacen. Su padre debe procurarle una novia siendo Yitzaak ya un hombre de edad avanzada y de esa novia la Biblia solo dice que era una persona misericordiosa, ni industriosa como Sara o Lea, ni hermosa como Raquel, simplemente misericordiosa. Otra confirmación de la aparente ineptitud mental de Yitzaak es la facilidad con la que Jacob lo engaña. Y curiosamente, uno de los significados del nombre de Jacob es «tramposo».

Esos dos niños Ishmail y Yitzaak son enemigos y seguirán siendo enemigos en los siglos por venir. Lo que nos importa ahora es volver al centro de la cuestión: la posesión de la promesa depende de producir descendencia. Sin descendencia no hay tierra.

Luego, la visita de Abraham a Egipto (donde obtiene una esclava, Agar) produce a Ishmail pero la visita de Dios a Abraham produce a Yitzaak. Y Yitzaak es el heredero de la promesa de Dios. Imposible apilado sobre imposible ahora Abraham debe creer que las naciones del mundo se bendecirán por la descendencia de ese hijo tonto que Dios le dió. Y ese magro tesoro de hijo es el que luego tendrá que sacrificar en lo alto de Moriah, como si fuera un pagano del lugar. Abraham no entiende, pero obedece. No sabemos a ciencia cierta si Sara se enteró del asunto pero hay un indicio de lo que pasó con ella. Cuando Abraham está en las llanuras de Sodoma debe «subir a Mamré» donde Sara aparentemente vive por su cuenta, separada de su esposo.

Dios escribe con personas y lugares una historia llena de signos que solo entenderemos cuando tengamos la vida del cielo. Pero no hay mandamiento contra tratar de entender un poquito ahora, aunque la vista desde el llano resulte un poco confusa.

En la vida de Abraham hay un evangelio en el que el hombre representa a Dios y Sara a la Iglesia. El niño tonto representa la tontedad intencional de Dios que sacrifica su tesoro para beneficio de sus propios enemigos. De Egipto, la figura del mundo en casi toda la Biblia, Abraham cosecha dolores y problemas pero Sara recibe la bendición de morar por adelantado en la tierra que le fue prometida a Abraham pero donde él no puede todavía llevar sus rebaños a pastar.

Los descendientes de Yitzaak continúan apareciendo en la historia y Dios sigue escribiendo signos sobre la tierra (Juan 8:6) y quizás esa sea la finalidad trascendental de este mundo: ser el cuaderno de Dios.

Unos 35 siglos después de Abraham en dos continentes separados por enormes distancias casi insalvables nacen dos hombres. Uno nace a una familia de pobres siervos y los llaman «el que habla como águila» quizás porque un águila cacareó en el momento en que él nació. Luego recibiría el nombre de Juan (Apocalipsis 8:13, la venganza de Dios son las águilas en Deuteronomio 28:49; Oseas 8:1; Habacuc 1:8) como el discípulo a quien Jesús amaba y a quien siempre se ha identificado simbólicamente como un águila.

El otro hombre nace cuatro años más tarde allende el mar, en Londres. Nace en una familia de abogados cercanos a los círculos del poder real. Ambos estarán al mismo tiempo en circunstancias cruciales para la historia del mundo.

El primero es Juan Diego Cuauhtlatoatzin. El segundo es Tomás Moro.

Moro llegó a ser Canciller del trono de Enrique VIII un rey con problemas para producir descendencia. El desespero del rey por cambiar de esposa produjo una situación en la que el Canciller terminó cayendo en desgracia y siendo ejecutado. Inglaterra se separó de la Iglesia Católica y entró de lleno en la vorágine de la Reforma Protestante. Muchos mártires pagaron con su sangre la locura del rey apóstata. Uno de ellos fue Tomás Moro, el sabio Canciller. El rey murió y sus últimas palabras fueron «todo perdido, reino, corona, alma…» Perdido todo por NO poder impregnar a una mujer con un hijo varón…

Entre tanto Cuauhtlatoatzin ha visto en su vida muchos grandes acontecimientos. Antes que Cortés llegara a México, cuando Cuauhtlatoatzin era solo un muchacho de 12 o 13 años, había visto como Tlacaelolco el gran general consolidaba el reino de los mexicas en una triple alianza. Había visto inaugurar la gran pirámide dedicada al demonio de la guerra, donde se sacrificaba y se consumía carne humana y donde los sacerdotes se entregaban al sexo ritual unos con otros. La gran ceremonia de inauguración que Cuauhtlatoatzin seguramente fue forzado a ver, fue una fiesta de terror comparable a los horribles rituales de Moloc y Bel que Abraham había visto en la tierra de Canaán.

Cuauhtlatoatzin vivió al tiempo de la llegada los españoles el Viernes Santo de 1519. Cuauhtlatoatzin vió también la caída del imperio azteca y el fin de los sacrificios humanos que había sido predicho por los sacerdotes de Quetzalcoatl justamente para ese año, ese mes y ese día: el Viernes Santo de 1519. Para diciembre de 1531 Cuauhtlatoatzin tuvo la experiencia que cambió para siempre su vida y la de otros nueve millones de mexicanos que se convirtieron al cristianismo: tuvo un encuentro con la Virgen María que se le apareció en una colina. La Virgen estaba vestida como una princesa de la raza nahuatl y aunque su apariencia era joven… parecía estar embarazada de unos tres meses. La prueba de su visita fue un ramo de rosas blancas, desconocidas en México en esa época. Curiosamente la rosa blanca habia sido el símbolo de la casa de York en Inglaterra antes del reinado de Enrique VII antecesor del rey que hizo ejecutar a Tomás Moro.

Así quedamos con esta curiosa coincidencia. Un rey que no puede engendrar varones hace asesinar a un santo que tiene las cosas claras: Dios reina y gobierna en el corazón del hombre por encima del César. Del otro lado un varón humilde es invitado por una aparición sobrenatural en la que Dios se le aparece como la promesa, aún en el vientre de María, como si quisiera anunciarnos que las Américas tendrán un papel crucial en el nacimiento del reino por venir, porque las princesas solo pueden dar a luz príncipes. Y este príncipe por nacer será humilde, duro y noble como un águila.

Nueve millones de protestantes dejaron la Iglesia en los primeros años de la Reforma. Pero la misma cantidad entró en la Iglesia como resultado del encuentro de Cuauhtlatoatzin con la Virgen de Guadalupe.

Quinientos años más tarde Europa y sus descendientes en América se secan sin tener hijos. Quienes los reemplazan son los humildes, fructíferos soldaditos de Gaudalupe que aún no saben de la píldora anticonceptiva y que se deleitan en tener casas llenas de niños de ojos grandes, cumpleaños con piñatas y fiestas de quinceañeras donde suenan huapangos para bailar y reírse… reírse como Yitzaak de los inexplicables chistes de Dios.


NOTA DEL AUTOR: Santo Tomás Moro (1478-1535) y San Juan Diego (1474-1548) son contemporáneos.