la-musa-capitalistaCarlos Caso-Rosendi

Sigo pensando, en esos escasos días en los que tengo tiempo de sentarme a meditar, sobre la dirección que deberemos tomar cuando llegue el inevitable colapso de los estados del «primer mundo» capturado temporariamente por los parásitos del «bienestar social». Hay muchas puntas por las que comenzar pero creo que la educación debe ser una de las que tendremos que atender más urgentemente. Es hora de terminar con el adoctrinamiento del estado si es que queremos tener una población compuesta de personas que sepan pensar y puedan resolver sus problemas por sí mismos independientemente de las «ayudas» estatales.

El orden moral es el primero. Ser bruto no es condición necesaria para ser malo pero cuando al bruto se lo convence de que es un ser «educado» por vía del correspondiente diploma otorgado por calentar las sillas de alguna «universidad» o «instituto» de «educación superior» entonces sí el bruto corre el riesgo de volverse muy malo. No hay nada como la creencia en la propia superioridad para caer pronto y seguro en la sima de las peores inferioridades. Para empezar entonces, dejemos de infantilizar a los niños. Mozart componía a los cuatro años y C.S. Lewis traducía el griego clásico a los 14. Si bien esas son excepciones a la regla, lo cierto es que tenemos buena evidencia que los libros no matan a nadie y que los niños hallan un placer natural en ver hasta donde pueden llegar. Son los jóvenes de hoy los que necesitan la energía para sobrevivir la caída del mal parido nuevo orden mundial que ya se debate en sus últimos estertores apenas dados sus primeros pasos. El proyecto de hacer que lo bueno sea malo y lo malo bueno va a dejar un tendal de desastres que solo se pueden solucionar con paciencia, aguante y una buena dosis de conocimientos sólidos. Me temo que los estudiantes de «filología inglesa» que no saben hablar inglés van a tener que tomar algún curso rápido en ordeñar vacas o plantar pepinos. Como lo dijo ya Jesús, oremos para que la tribulación que se avecina no caiga en tiempo de invierno porque si cae al fin del otoño hay muchos que se van a morir de frío por no saber hachar leña para el fuego.

Pensar de esta manera me identifica como un carca, uno de esos tipos a quienes nunca convenció del todo la berraca verborrea de la dialéctica materialista y de los gobiernos que crecen sin parar como el del país que me vió nacer: esa cabeza de Goliat plantada en el cuerpo liliputiense de los pocos ciudadanos que producen algo que se pueda comer en medio de un mar de doctores en ciencias sociales, economía, peluquería, corte y confección.

Los carcas conservadores creemos que una sociedad libre y virtuosa es el mejor lugar para vivir, en eso está de acuerdo con nosotros el Dante, que ha sido siempre uno de los grandes adalides de todo lo que sea conservador: «Considerate la vostra semenza, fatti non foste a viver come bruti, ma per seguir virtute e canoscenza.» Sí, gran maestro, virtud y conocimientos (útiles) son las grandes bases de cualquier sociedad libre. Ignorancia y patanería no lo son. Y si alguno está en desacuerdo lo animo a encontrar virtud y buena ciencia en este último siglo. Algo ha habido, pero no ha abundado.

La cosa entonces pasa primero por el plano espiritual, buscar lo que es verdad, lo bueno, lo hermoso, el orden clásico de las cosas, debiera ser el norte de todos los educadores y educandos. Pero fundamentalmente interesa que la búsqueda ocurra en libertad. Mejor es entonces sacar del camino algunos obstáculos como la genuflexión ante el mero interés comercial. No podemos vivir meramente para acumular dinero dejando todo lo otro que pueda interesar al alma en el nivel del hobby, del entretenimiento de fin de semana. Poned primero el Reino y su justicia y todas las demás cosas os serán añadidas. Y en eso el capitalismo conservador ha probado ser bastante bueno: para empezar funciona y da de comer donde el socialismo y el fascismo se quedan cortos. Libertad para realizar los propios sueños es la base del capitalismo conservador y es quizás ése el capitalismo al que siempre se refiere Jesús en sus parábolas llenas de hombres ricos, algunos buenos otros malos, pobres con buen instinto, esclavos productivos y perezozos, viñadores con malas ambiciones y viñateros celosos de su propiedad.

El socialismo y todas sus malas hijas tienden a cerrar las sociedades y a exasperar a todos con una retahíla de reglas y prohibiciones que terminan reventando la paciencia del más manso. Los únicos que ganan con esos experimentos de la izquierda son los que andan en busca de poder pero no tienen los pantalones para luchar limpiamente por él. Para eso necesitan los idiotas útiles de siempre. El socialismo esclaviza y empobrece pero es la herramienta justa con la que cobardes y pelafustanes se encaraman al trono. Los que no pueden llegar tan alto se conforman con ser miembros de la burocracia o de alguna nomenklatura. Siempre hay lugar para alcahuetes y correveidiles en los numerosos círculos de los infiernos progres.

Los mercados libres crean condiciones de abundancia y la gente que vive en países que fomentan la buena libertad comercial no se muere de hambre. Pero para el socialismo no hay abundancia que no se acabe ni hambruna que llegue tarde. Y es por eso que tarde o temprano necesitan implementar alguna medida para «limitar el crecimiento de la población» o sea asesinar al pueblo antes que alcance la masa crítica y se ponga violento. Aborto, promoción del vicio, guerras, gulags… todo sirve para mantener a los popes progresistas en el trono. Piénselo, la idea de sacar de circulación a cuatromil millones de seres humanos es uno de los sueños más recientes de la vanguardia «ambientalista». Esos son como las sandías: verdes por fuera y rojos por dentro.

Admitamos, sin embargo que las críticas al capitalismo no son todas inmerecidas. Los mercados libres pueden desatar fuerzas terribles, capaces de destruir naciones con tanta eficiencia como el más depravado de los gobiernos soviéticos. En estos días, las gigantescas corporaciones han logrado ponerse de acuerdo con los gobiernos para controlar mercados que dejan de ser libres y pronto se especializan en crear pobreza con rapidez y efectividad. Esto se logra por medio de prometerle al pueblo que se crearán trabajos para todos una vez que la mentada mega-corporación se apropie de todos los resortes del poder comercial y ahogue a la competencia ¡Qué ilusión!

Estas mega-corporaciones no tienen bandera y para ellas somos como el pasto que crece y que debe ser cortado con regularidad. Con frecuencia las estructuras de estos infelices gigantes reflejan perfectamente las inmensas burocracias estatales.

Contra esta asociación entre mega-gobierno y mega-negocio no hay cura conocida. Sospecho que el fin del parásito será el fin del cuerpo que lo sostiene. Si es posible conservar la memoria del desastre quizás sea posible prevenirlo a la hora de reconstruir nuestras sociedades.