Carlos Caso-Rosendi
Mientras leía un artículo de Christopher Manion, The Coming Age of the Laity (La Era de los Laicos en Ciernes) sobre el estado del enfrentamiento presente entre los obispos católicos y el poder ejecutivo americano, se me ocurrieron algunas cosas que creo que puedo compartir con ustedes. Una versión de esta reflexión puede ser leída en mi sitio en inglés. No quiero ni puedo compararme de ninguna manera con un pensador y escritor del calibre del doctor Manion pero me gustaría agregar mi granito de arena, o más bien, un granito de arena que encontré mientras me auto-catequizaba.
Mis santos de bautismo y confirmación deben ser considerados: San Agustín de Hipona y San Isidoro de Sevilla. Ambos vivieron al fin del orden político romano y ambos dejaron un legado importante que fue luego usado para construir el orden cristiano del Medioevo. Algo del carisma de estos queridos santos se me debe haber pegado porque un amigo jocosamente escribió sobre mi afición a las lecturas medievales (desde el Beda hasta Santo Tomás) :
While the world rages
Our friend reads pages
About unknown sages
Of the Middle Ages
Alguien me dijo que mi amigo debe haber copiado la rima de uno de los miembros del círculo de C.S. Lewis pero eso es otra historia. Lo que nos importa hoy es que el imperio romano cayó, menos porque Roma estaba ya falta de energía o de ideas, y mucho más porque el orden cristiano ya estaba lo suficientemente fuerte como para vivir por sus propios medios y podía ya librarse del organismo anfitrión que fue el imperio romano. Todas las persecusiones fueron en vano. Cuanto más cristianos mataban los romanos, más se debilitaba Roma. El fin fue inevitable no porque los romanos fueran débiles sino porque sus instituciones eran simplemente «odres viejos» y la fuerza del «vino nuevo» los reventó con una fuerza incontenible. Estoy de acuerdo con Nietzsche que el cristianismo causó la muerte del mundo antiguo. También pienso que el mundo antiguo necesitaba ser ejecutado pero Nietzsche probablemente no estaría de acuerdo conmigo en eso.
Nuestro Santo Padre tomó el nombre de Benedicto. Creo que hay una razón muy fuerte para que el Espíritu Santo lo moviera a tomar ese nombre en su primera decisión como Obispo de Roma ¿por qué? Porque San Benedicto (Benito, Benedetto, Bento, Benedict) fue un constructor, un edificador de la Iglesia y del entonces incipiente orden cristiano. Mucho de lo que hoy tenemos comenzó con él. Las viejas técnicas e invenciones romanas fueron perfeccionadas entonces y adaptadas a solucionar nuevos problemas. Los monjes drenaron los pantanos de Europa usando las viejas técnicas. Los monasterios perfeccionaron vinos y cervezas, nuevas formas de preservar las comidas, miles de variedades de quesos, pan, embutidos. Avanzaron la metalurgia y la química… etc. etc.
Pudieron hacer eso aunque los fieles no podían ayudarles mucho. De hecho la intención de los monjes era ayudar a los fieles porque los fieles vivían en una economía colapsada. Los monjes no podían contar muchas veces con el apoyo del príncipe local pues eran esos mismos príncipes los que frecuentemente pecaban en forma pública incurriendo en la condena de la Iglesia. Así que en el proceso de predicar el Evangelio a las naciones de Europa los monjes se vieron forzados a ser autosuficientes y a medida que encontraban nuevos problemas desarrollaron nuevas soluciones con inventiva envidiable. Así nacieron el Champagne, las buenas cervezas europeas, ingeniosos sistemas de bombear agua, de procesar cueros, se mejoraron los cuchillos, las cacerolas, los cultivos… la nueva economía de Europa renació de sus cenizas.
Los fieles continuaron colaborando con la Iglesia lo mejor que podían pero en realidad los monjes continuaron esforzándose por ser autosuficientes y en eso consiste su genio: en permitir que la Divina Providencia y el Espíritu Santo «renovaran la faz de la tierra» con los monjes haciendo el papel de instrumentos del genio divino. Al hacerlo y sin darse cuenta pusieron los cimientos de la futura hegemonía europea: la Iglesia creó a Occidente.
Cuando Joseph Ratzinger tomó el nombre de Benedicto para reinar sobre la Iglesia de Cristo, envió una señal secreta que decía que el mundo moderno ya estaba liquidado. Esta abominación que se llama a sí misma Postmodernismo y que no es nada más que una apoteosis del Modernismo se ha especializado por 500 años en un solo producto: la muerte. Es parte de la naturaleza de la cultura de la muerte el morir después de haber matado tanto como le haya sido posible: » Y a menos que aquellos días fueran acortados, ninguna carne se salvaría.» Jesús nos avisó del poderoso apetito por asesinar que este monstruo iba a tener.
Como el primer Benedicto, este Papa ha estado comprometido en una titánica lucha por renovar a la Iglesia y al mundo. Si esta va a ser la era de la laicidad tendremos que hacer como los monjes antiguos y darnos de lleno a la tarea de renovar la cultura viendo el problema con nuevos ojos y mejores perspectivas. Tenemos que innovar. Debemos secar este enorme pantano usando las últimas herramientas y aun mejor mejorando esas herramientas. En el proceso descubriremos nuevos problemas y movidos por el Espíritu Santo seremos capaces de poner los cimientos de un mundo naciente mientras el viejo mundo se derrumba a nuestro alrededor. La empresa vana del modernismo comenzó a morir en 1968 cuando sus desordenados apetitos la hicieron volverse contra sí misma. Si va a estirar la pata en diez minutos o en diez años es algo que no nos concierne porque tenemos cosas más importantes que hacer. Deja que los muertos entierren a sus muertos, nosotros estamos en el negocio de la vida.