patria-pagus-y-senderos-que-se-bifurcan

Carlos Caso-Rosendi

Alguien me refirió este párrafo, que tiene la virtud de ser muy representativo de un tipo de pensamiento exclusivista, al estilo del dictum musulmán de “basta el Corán” mezclado con aquel principio soviético que condenaba a los disidentes al tratamiento psiquiátrico en las clínicas de la KGB:

«Muchos (católicos tradis y afines) llamarían malnacido al que renegara de la familia o de la patria que a uno le ha tocado, al que menospreciara lo suyo a expensas de su admiración por otras tribus, presuntamente mejores —más intelectuales, más espirituales, más ricas. Pero, en cambio, entre aquellos mismos no está mal visto renegar del propio tiempo; al contrario, da patente de buen católico maldecir el siglo que nos ha tocado, en comparación con otros siglos pasados — mejores, presuntamente. No sé si llamar a esto doble moral, o incoherencia. Tal vez mejor esquizofrenia. Una de las muchas. Quizá una de las peores.»
—Citado del blog Esperando Nacer

En lo básico, este párrafo extraído de un blog que declara ser católico y presume de una intelectualidad luminosa, ignora el principio paulino de examinarlo todo, guardando lo bueno y desechando lo malo. Ese gran principio del cristianismo que es la imitación de Dios en la creación primigenia en la que el Espíritu comienza a construir desde el caos del abismo hasta estar satisfecho y ver que “todo es bueno” al final de cada día de trabajo creativo.

Un amigo me escribe comentando al respecto:

“Creo que uno no ignora lo malo del pasado pero retiene lo bueno y por eso lo aprecia, mientras que lo malo lo olvida porque ya no es responsable ni de señalarlo ni de intentar cambiarlo. Uno tampoco ignora lo bueno del presente, pero señala lo malo porque aún es responsable de cambiarlo, o de señalarlo a quienes pueden hacerlo, o de advertir a los que pueden ser dañados.

Y uno de los males del tiempo presente es su talante rupturista, típico rasgo de la modernidad y de la postmodernidad que rompe hasta consigo misma. Pero ese combate no es entre el tiempo presente y el tiempo pasado. No. Se desarrolla en el presente; entre los que no quieren romper con sus raíces y los que las detestan. Pero esa lucha se libra en el presente. Y el tiempo que «nos toca vivir» no es el mismo para unos y para otros. A pesar del soberbio apoderamiento que intentan los que pretenden ser «el hombre de hoy» o «el joven de hoy» y no consideran contemporáneos a los que viviendo contemporáneamente consideran «de ayer» ¿¡con qué derecho!? Eso es violencia semántica y es un feo rasgo de los que quieren practicar el descarte con la vida, la cultura, las leyes, la economía.”

Así que, dejemos claro que este tiempo que nos ha tocado es el día que el Señor creó para crearnos en esta nueva creación que también surge del caos abismal donde que lo bueno y lo malo están mezclados y que, como la creación material, resultará ser toda buena para satisfacción del Creador. Como aprendió Job hace cuarenta siglos, la potencia de Dios que mueve las constelaciones no se va a quedar corta ante el desorden del mal. Dios tiene el tiempo y la energía para moverlo todo al orden final y ante eso no hay escapatoria ni resistencia que valga.

La crítica del siglo que nos ha tocado es entonces esencial porque es parte de esa discriminación positiva que hacemos imitando al Espíritu que separa y ordena reteniendo lo que es valioso y útil y desechado todo lo que es malo e inútil.

Contra la evidente razonabilidad del consejo paulino y el ejemplo del Espíritu Santo siempre encontramos la actitud pedantesca del recién llegado que juzga su tiempo superior al pasado porque simplemente es presente, es progreso. Ese síntoma de la modernidad empieza con Locke como una verruguita y se agiganta hasta convertirse en el cáncer que consume al hombre de nuestro tiempo. Es Locke el que comienza a dar vuelta el mismo sentido de la historia que luego alcanza su fruición con Marx: el hombre no ha caído, no desciende de una edad dorada a la que tiene que ser restaurado por Dios, sino que asciende desde el barro ad astra per aspera por su propia fuerza. En ese contexto el hoy siempre tiene que ser mejor que el ayer en todo aunque el viento del Espíritu sople en contra con toda su majestuosa intensidad. Para forzar esa visión de titanes que se alzan desde las profundidades de la historia el hombre moderno debe necesariamente concluir que las constelaciones se mueven solas y que el sentido último de su existencia reside en su propia voluntad. En esa concepción del mundo el hombre se queda solo y declara “mi espíritu va donde yo quiero.”

Lo curioso de aquel párrafo es la invocación de la patria, del sentido de pertenencia que es justamente lo que el modernismo trata de aniquilar con todas sus fuerzas. Cicerón decía “Donde quiera que se esté bien, allí está la patria” y ese “estar bien” no era meramente material. Malcolm Muggeridge decía que el mejor gobierno es aquel que mejor permite el vuelo del alma sin importar si es democracia, monarquía, o lo que fuera. Estoy seguro que eso era lo que los romanos pensaban porque para ellos Roma elevaba la condición de los bárbaros a un orden superior, el orden romano y les daba la condición de ciudadanos, que ellos consideraban un rasgo de nobleza muy por encima de la simple pertenencia a un pagus que no es nada más que un accidente del tiempo y del espacio, pues en algún lado tenemos que nacer. La idea de patria es distinta del mero pagus y aún del lares el lugar amado donde el romano conservaba los dioses ancestrales. La patria para ellos es Roma pues es Roma la que eleva la condición de los hombres, el alma mater que les ha dado misión e imperio.

Ese concepto de patria ha desaparecido de la escena con la concepción modernista del mundo. Para la gran mayoría de la gente la patria es ni más ni menos que el lugar donde uno ha nacido y la nación política que lo gobierna ¡Menudo problema tienen con ese concepto los que han tenido que nacer en las cambiantes fronteras europeas hasta el siglo XX!

Esta nueva concepción de patria no sólo es históricamente falaz sino también mezquina porque le roba al hombre moderno la posibilidad de encontrar su alma mater. Caetano Veloso dice en Lingua:

«A língua é minha pátria
E eu não tenho pátria, tenho mátria
E quero frátria.»

Instintivamente Caetano descubre que la patria geográfica es insuficiente y quiere moverla a un lugar en la que el hombre pueda renacer y crecer. Es llamativo que el poeta funda su concepto de patria con el verbo, el idioma, y con la hermandad. El eco es sorprendentemente cristiano.

En el apuro por destruir la paternidad el modernismo modifica, aligera, reduce el significado de patria y lo disminuye a un mero pagus. Eso es típico de la locura modernista que quiere a todos metidos en una cajita, todo clasificado, desinfectado y estéril, todos marchando hacia Treblinka con el numerito tatuado en el brazo y el símbolo de su descalificación cosido en la solapa.

Y en eso consiste también su propia esquizofrenia, el doublethought que George Orwell expone en su libro 1984. Porque la patria modernista es algo de lo que el hombre no puede escapar sin ser condenado y al mismo tiempo es algo que puede ser condenado a perder. Con la condición de apátrida el hombre moderno pierde también esa miserable pátina de ser humano que el modernismo le había dejado retener.

¿No es curioso que los soviéticos agregaran a todas estas desgracias el estigma de la enfermedad mental? También lo hace el autor de aquel párrafo que supone la esquizofrenia del que ejerce el divino derecho de elegir entre lo bueno y lo malo. Si no me equivoco fue André Gide el que dijo “elegir es como crear” y qué cierto es eso: el Espíritu, como el viento, va donde quiere separando el mar de la tierra firme para que el hombre pueda caminar hacia la tierra prometida, para que pueda elegir ese camino que Dios pone delante de él. Son los enemigos de Dios los que quieren adelantarse sin ser invitados, rechazando la guía de Dios y avanzando como una mole informe. Es sobre esos enemigos que se cierra el agua del mar. El Espíritu ha elegido otra vez y otra vez ha separado lo bueno y lo malo. El ayer de la esclavitud ha quedado atrás y el futuro se ha hecho presente en el misterio de la elección entre el bien y el mal, que para nosotros los humanos siempre ocurre hoy.

Este es el día que hizo el Señor:
alegrémonos y regocijémonos en él.
Salmo 118, 24