George Sim Johnston
La Universidad Pio V en Roma ha tenido una jornada de conferencias titulada «La Imposibilidad Científica de la Evolución.» Los patrocinadores del evento son algunos conocidos oponentes de Darwin que han ido un poco más lejos que la mayoría de los que disienten con Darwin y postulan una cronología fundamentada en la lectura literal de las Escrituras. No hace falta decir que los participantes católicos no se sienten cómodos son lo que el Magisterio ordinario ha dicho al respecto. Benedicto XVI ha afirmado que el libro del Génesis no intenta enseñar ciencia y que las teorías de la evolución son permisibles siempre y cuando no se excluya a Dios en los escenarios teóricos.
F. Scott Fitzgerald fue el que dijo aquella famosa frase, que la prueba de una mente de primera consiste en sostener dos ideas aparentemente contradictorias al mismo tiempo y aún así ser capaz de funcionar intelectualmente. En el debate sobre la evolución, un católico debe permitir que la revelación divina y la ciencia ejerzan su debida influencia, reconciliando las aparentes contradicciones entre el Génesis y la investigación moderna. El católico tiene que ser escéptico en lo que toca a los reclamos de las ideologías materialistas disfrazadas de ciencia y tiene que mantenerse abierto a los hallazgos de los geneticistas y paleontólogos.
En 1986, Juan Pablo II dio una serie de audiencias generales sobre el asunto de la creación. En ellas hizo uso, como elemento fundamental, de los principios de exégesis bíblica que han existido desde el tiempo de los Padres de la Iglesia: El libro de Génesis intenta enseñarnos ciencia. El Génesis relata lo que Dios hizo y no la manera en que lo hizo. «De hecho,» escribe Juan Pablo II, «la teoría de la evolución natural, entendida en un sentido que no excluya la causalidad divina, no es en principio opuesta a la verdad sobre la creación […] tal cual se la presenta en el Libro del Génesis […] Pero debe agregarse, de todos modos, que esta hipótesis propone solamente una probabilidad y no algo científicamente cierto […][Sin embargo] es posible que el cuerpo humano, siguiendo la orden impuesta en él por el Creador en el impulso energético vital, pueda haber sido gradualmente preparado en el devenir de los seres que le precedieron.»
En un discurso a los clérigos italianos en Julio 24 del 2007, el Papa Benedicto XVI también reconoció a la evolución como una legítima teoría científica. Al mismo tiempo, expresó su impaciencia con las falsas opciones del «creacionismo» y del «evolucionismo.» «La doctrina de la creación y la teoría de la evolución no son mutuamente exclusivas» dijo el pontífice. No es necesario dividir al mundo entre fideístas—que empacan datos científicos en un modelo bíblico que nunca fue hecho para tal contenido—y los materialistas que piensan que frases sutiles como «fluctuaciones aleatorias en el vacío cuántico» pueden dispensar de la necesidad de un Creador.
A pesar de permitir la posibilidad de la evolución, ninguno de los dos papas ha aprobado el materialismo evolucionista. La Iglesia no teme a la ciencia legítima, pero es recelosa de las filosofías materialistas disfrazadas de ciencia — que es en lo que el darwinismo frecuentemente resulta. En Verdad y Tolerancia Benedicto nota que los evolucionistas con frecuencia sobrepasan los legítimos límites de la ciencia al hacer amplios reclamos metafísicos. Como resultado, el público educado tiene la vaga impresión que la «evolución» lo explica todo. ¡Vaya! Hasta explica la existencia de los darwinistas cuyo propósito vital en explicar que el universo no tiene propósito. Benedicto nos recuerda que hay preguntas fundamentales que la ciencia, en principio, no puede responder. Como, por ejemplo ¿por qué es que hay algo en vez de nada? Como lo dijo G. K. Chesterton, un astuto observador de las controversias que se formaron alrededor de la teoría de la evolución: «Nadie puede imaginarse como la nada puede volverse algo. Nadie puede ni acercarse a la respuesta por medio de explicar como algo puede convertirse en algo diferente.»
Aparte del origen del Universo, hay otros grandes saltos ontológicos que eluden una explicación científica. Primero, el origen de la vida; que parece venir siempre de la vida. Segundo, la persona humana ¿Cómo puede ser que un proceso puramente natural produzca [al ser humano,] una criatura tan distinta de todo lo que se encuentra en la naturaleza? La humanidad nunca necesitó la capacidad de escribir Hamlet o de componer Don Giovanni para competir con los antropoides.
Si bien hay aspectos de la teoría de la evolución que ciertamente pueden ser criticados, no creo que ayude tener una conferencia de estudiosos cristianos que leen el Génesis como si fuera un texto de geología. Uno puede argumentar que no hay un solo dato científico en ninguna parte de la Escritura, por la simple razón que los hagiógrafos no tenían noción de las ciencias en su sentido moderno. Dondequiera que encuentro un creacionista, siempre les pregunto cómo puede ser que podamos ver la Vía Láctea si el universo ha existido por unos pocos miles de años. Las respuestas que recibo son maravillosamente barrocas, como uno ya se puede imaginar. [1]
La Gran Explosión (Big Bang) es un modelo razonablemente perfecto—y lo mismo puede decirse del desarrollo ordinario de las especies, ya que todos los animales comparten buena parte de su código genético y estructuras análogas como ser extremidades o alas. El darwinismo no ha explicado satisfactoriamente como las bacterias que aparecen hace unos 3.000 millones de años, se transformaron gradualmente en trilobites o en el Homo Sapiens. Los paleontólogos como Steven Stanley y Niles Eldredge nos dicen que los fósiles no dan muestra de una evolución gradual al estilo darwiniano. Los geneticistas nunca han observado ninguna de las mutaciones sistemáticas que ellos estiman necesarias para explicar los grandes cambios evolucionarios. Los experimentos en crianza de animales muestran que todas las especies se empeñan en permanecer dentro de su plan genético: los perros se quedan perros, la mosquillas se quedan mosquillas. Cualquier darwinista puede demostrar los pequeños ajustes que se pueden encontrar en algunas especies (como el famoso pico del pinzón) y de los cuales ellos extrapolan cambios macro-evolucionarios que ocurren, por así decirlo, fuera de escena.
Los católicos debemos tomar debida cuenta de lo que dice el Magisterio: recibir con agrado los descubrimientos genuinos de la ciencia al tiempo que miramos con ojo escéptico la pseudo-ciencia evolucionista que, por razones filosóficas, se deshace del Creador y trata al hombre como una cosa. Al mismo tiempo, a los cristianos que insisten en explicar el Universo en términos de la ancestral cosmología hebrea, les va a resultar dificultoso comunicarse con el mundo moderno.
George Sim Johnston es el autor de Did Darwin Get It Right? Catholics and the Theory of Evolution (publ. Our Sunday Visitor). Reside en New York y sus trabajos aparecen frecuentemente en lugares como The Wall Street Journal , Crisis , y First Things.
[1] NOTA DEL EDITOR: El autor se refiere a la distancia que nos separa de las estrellas de nuestra propia galaxia (la más cercana) la Vía Láctea, algunas de las cuales están a 100.000 años-luz de distancia. Es decir que a la velocidad de la luz, aproximadamente 300.000 km por segundo, la imagen de una estrella en el extremo opuesto de nuestra galaxia tarda 100.000 años en llegar a nuestros ojos. Este hecho indiscutible choca con la idea de algunos fundamentalistas, que afirman que la luz fue creada en el primer día del Génesis hace menos de 10.000 años. Interpretan así literalmente el relato del Génesis que ya San Jerónimo describía como «escrito a la manera de los rapsodas» o sea, alegóricamente.