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Vademécum de Apologética Católica

Jesús nos muestra que existe una clara distinción entre El mismo y el Padre. Efectivamente se refiere a sí mismo y al Padre en la primera persona del plural: «nosotros». También se refiere al Espíritu Santo de la misma manera, el Ayudante prometido por él para que nos guíe y asista. La Enciclopedia Católica define así el dogma de la Trinidad:

«La Trinidad es el término empleado para significar la doctrina central de la religión cristiana: la verdad que en la unidad del Altísimo, hay Tres Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, estas Tres Personas siendo verdaderamente distintas una de la otra. De este modo, en palabras del Credo Atanasiano: «El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios y sin embargo, no hay tres Dioses sino uno solo.» En esta Trinidad de Personas, el Hijo proviene del Padre por una generación eterna y el Espíritu Santo procede por una procesión eterna del Padre y el Hijo. Sin embargo y a pesar de esta diferencia, en cuanto al origen, las Personas son co-eternas y co-iguales: todos semejantes no creados y omnipotentes. Esto, enseña la Iglesia, es la revelación en relación a la naturaleza de Dios, donde Jesucristo, el Hijo de Dios, vino al mundo a entregarla al mundo: y la cual, la Iglesia, propone al hombre como el fundamento de todo su sistema dogmático.»

A través de la historia han surgido varias impugnaciones a este dogma. Expondremos aquí algunos textos bíblicos que muestran a las claras la unicidad de la naturaleza divina en tres personas distintas.

Juan 14, 23 — Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él.

Jesús hace la distinción entre Padre e Hijo. Para aquellos que creen que Dios es una misma persona que se manifiesta de diferentes formas, esta frase de Jesús es un obstáculo insalvable. En la enseñanza de Cristo se hace obvio que el Hijo y el Padre son personas distintas. Nadie se refiere a sí mismo en su papel de empleado, padre, ciudadano, etc. como «nosotros».

Juan 17, 3 — Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese.

La oración de Jesús nos enseña que Cristo y el Padre tienen una vida glorificada como personas distintas, en la eternidad que precede a la creación del mundo.

Juan 14, 25-26 — Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.

En este pasaje Cristo se refiere claramente a la Trinidad – Padre, Hijo y Espíritu Santo – haciendo distinción de tres personas diferentes. El Padre envía a Cristo, el Hijo viene en Cristo y el Espíritu Santo enseña e inspira. La divina sabiduría ha condensado en este pasaje las características esenciales de la Trinidad.

Juan 6, 44 — Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae y yo le resucitaré el último día.

¿Quién sino Dios puede levantar a los muertos? Aun en el Antiguo Testamento, los profetas que levantaron a los muertos siempre pidieron la ayuda de Dios. Sin embargo Cristo expresa aquí que es él mismo quien levantará a los muertos en el último día.

Romanos 8, 14 — En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.

El Espíritu Santo impulsa a los hijos de Dios

Hechos 2, 3-4 — Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.

El Espíritu Santo está activo inteligentemente en la inspiración y renovación de la Iglesia y no es simplemente una fuerza o actitud especial, es una persona. Eso se demuestra en el momento en que se establece la Iglesia en el Pentecostés. Es evidente que los temerosos apóstoles nunca se hubieran atrevido a declarar la fe tan abiertamente en Jerusalén a pocas semanas de la muerte de Cristo. El Espíritu Santo comenzó a guiarlos supliendo la valentía que les faltó en el Calvario tan solo unas pocas semanas antes.

Mateo 3, 16-17 — Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia El. Y se oyó una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección.»

Otra clara referencia a la Trinidad. Se describe a cada una de las personas en forma concisa. El Padre aprueba al Hijo y el Espíritu desciende sobre el Hijo tal como luego descenderá sobre la Iglesia.

Hechos 8, 14-17 — Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.

La existencia de un solo Dios en tres personas no se declara en ninguna religión anterior al cristianismo. Si bien pueden encontrarse tríadas de dioses en las antiguas religiones de Oriente (Horus, Isis, Osiris en Egipto, por ejemplo) la idea de un solo Dios en tres Personas Divinas es original del cristianismo. Eso no es sorprendente pues el propósito de la venida de Cristo es principalmente revelar al Padre en la persona del Hijo y enviar a la Iglesia el Espíritu Santo para que la guíe y santifique. En Mateo 28, 18 Cristo comisiona a la Iglesia a declarar el Evangelio con estas palabras: Acercándose, Jesús les dijo:

«Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Id, entonces y haced que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a cumplir todo lo que yo os he mandado. Y yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo.»

Es obvio que estas tres Personas que hemos visto claramente definidas en diversos pasajes de la Escritura, tienen un solo nombre que las identifica, de otra manera Cristo debiera haber usado el plural «en los nombres» y no el singular «en el nombre». El nombre que Cristo vino a revelar a la Iglesia es ese; Padre, Hijo y Espíritu Santo tal como Jesús mismo lo afirma en la oración de Juan 17, 28:

«Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos.»